Diario de León

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Este ha sido, sin lugar a dudas, el septiembre más amargo de la historia. Nunca la vida fue tan triste ni el futuro tuvo tinte tan oscuro. Nunca llovió tanta incertidumbre ni vulnerabilidad hacia el porvenir. Un escalofrío psicótico que envuelve al corazón en una fina capa de hielo y, aunque por dentro siga latiendo, desde fuera parece hecho del cristal más quebradizo del cosmos.

Parece, el momento, un punto de inflexión. Porque a muchos —de políticos y empresarios a un servidor— les hubiera gustado que apareciera el genio de la lámpara para poder regresar al pasado o robar el DeLorean de Marty McFly e intentar corregir los errores cometidos. Lástima que la vida no sea a ratos una película de ciencia ficción. Cruel la realidad: si alguien se sale del camino lo único que le queda es reencontrar la senda de las buenas acciones —plantarse es de cobardes y naufragar sólo se le da bien a Robinson Crusoe—. No es momento de titubear sino de agarrar al toro por los cuernos, y bailar con él un vals si es necesario. No se puede ya flaquear, ni ser triste ni afanarse a la desesperación, sino que hay que fijar una meta a perseguir. Con constancia, esfuerzo y sacrificio. Y es del lado más humano de donde hay que tirar para alcanzarla con coherencia, y con todas las de ganar. De una vez por todas. Así que todo al rojo.

Confiar el corazón a la capacidad humana de superación. Y si alguien ha dejado de creer, que no dude ni un instante del amor del prójimo como fuente de luz e inspiración en este tedioso mundo de vanos valores precipitados. Apelar a la bondad, a la ética, a la honestidad para tomar las decisiones importantes: aquellas que no sólo son de nuestra incumbencia sino que afectarán también a los que nos rodean, ya sea la ciudadanía, la vecina del tercero o los colegas del bar. Ser responsable y no poner en peligro a quienes están a tu lado por pecar de egoísmo o por tener demasiada prisa en hacer algo que requiere de calma y sensatez. Abrigar y cuidar a quien no te abandonó ni en tus peores tempestades, y prestarle tu último aliento para seguir hacia delante en la increíble situación de la que hemos sido testigos... Pero todo ha de ser un acto de fe basado en la voluntad individual con el único, esperanzador e ilusionante objetivo de lograr el bien común. Un acto de fe que llegue de aquí a Toledo y rompa el sol y la luna en mil pedazos por la insuperable fuerza que desprende la maravillosa capacidad de renacer que posee el hombre. Hasta que no lo hagamos no nos liberaremos de la culpa ni del remordimiento, y cuando hayamos dado todo por una causa justa, cuando no quede fuerza en el cuerpo y el alma esté desierta de luchar, entonces habrá merecido la pena. Porque se habrá hecho con la valentía de mirar a la verdad a los ojos. Todo lo que venga después es lo de menos.

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