Diario de León

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Al mejor postor. Saca lo mejor de ti y exhíbelo. Compite. Gana y compártelo en tus redes. Arrasa e intenta pasar, pisar, por encima a cuantos puedas. Así va todo hoy en día, ¿no? Ni compañerismo, ni alto al fuego amigo, ni un poquito de sensatez: la jungla es competitiva. Eso se entiende y yo siempre he sido muy camaleónico, me adapto rápido a los cambios. En cambio no me adapto a algunas tendencias sociales —soy un conservador, aunque no tanto como el nuevo malo de los Peaky Blinders—, como que de repente aparezca de la nada una feminazi salvaje en potencia, camuflada de Dios, a rumiarte las sobras del verde que estás sembrando… Como si fuera un buitre carroñero destripando un bicho muerto. El buitre puede atisbar al camaleón —si coinciden, que es prácticamente imposible— e intentar devorarlo. Pero será carroña, siempre. Y siempre hay que hacer autocrítica, no está mal caerte de morros cada cierto tiempo para disfrutar del aprendizaje en su estado más puro. Errar es un acto tan bonito como humano, pero a nadie le gusta.

Lo que es de mal gusto es restregar los fallos. Es entonces cuando salen las crías de buitre a ver qué pueden llevarse al pico y el nido se empieza a convertir en un antro oscuro de hedor infinito a podredumbre. El buitre y sus crías están voraces, quieren encarnizarse. Sin embargo, el camaleón ha sentido el tufo, y el peligro, y con toda la pachorra del mundo cambia de color y se queda tan pancho, en su rama, estirando la lengua para seguir comiendo. Pues en el mundo, como en la naturaleza, hay personas que son como buitres. Cualquier persona puede opinar, aunque supongo que quien no puede decir lo que piensa en un medio, desfoga en Twitter como si fuera un consolador. El ágora se ha trasladado a la red, donde todo usuario es un experto, analista, crítico y comentarista, que considera poseer la lucidez de Pepe Mujica y la autoridad de Stephen Hawking. Para ellos es este poema de Unamuno, aunque él hablaba de la muerte

«Este buitre voraz de ceño torvo, que me devora las entrañas fiero; y es mi único constante compañero, labra mis penas con su pico corvo./ El día en que le toque el postrer sorbo; apurar de mi negra sangre, quiero; que me dejéis con él solo y señero; un momento, sin nadie como estorbo. / Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía; mientras él mi último despojo traga, sorprender en sus ojos la sombría / mirada al ver la suerte que le amaga; sin esta presa en que satisfacía, el hambre atroz que nunca se le apaga».

Y que alguien diga a los del pajarín azul que se equivocaron de ave.

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