Diario de León

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Cumplimos un aniversario trágico en el que conmemoramos que 40 años atrás los militares ocuparon Riaño para la construcción de un pantano que ha quitado el agua del Esla a León para dárselo a Valladolid y Palencia.

Felipe González y un gobierno socialista activaron el estado de sitio para que el valle de la montaña leonesa se secara, para que sus habitantes fueran desterrados —uno de ellos se suicidó de desesperación— y para que se perpetuara la única verdad de esta provincia, que consiste en agotarse para que otros crezcan, perder para que el país que de veras importa no se quede en la cuneta. No fue poco el inventario de la desolación: 3.000 habitantes, 2.000 casas, 30.000 fincas rústicas, hoteles, restaurantes, 300 pequeñas industrias, minas, más de 3.000 vacas, 5.000 ovejas, caballos, 300 kilómetros cuadrados de vegas de pasto regadas por los ríos Esla y Yuso, de gran riqueza truchera... Y, desde arriba el parador nacional que la dictadura de Franco había dejado caer divisaba la ruina.

La noticia no es nueva, lo que ocurre es que este año es cuando se manifiesta en su desnudez trágica y obscena. No queda agua. Es lo que pasa cuando se juega a Dios, cuando se usa la soberbia para gobernar sin pensar que la naturaleza siempre se cobra su precio.

Así que ahora, después de casi medio siglo desde el desfalco a los leoneses, resulta que el pantano de Riaño no vale más que para dejar sin agua a los habitantes de la montaña.

Ha pasado lo mismo que con la Variante de Pajares, un monumento a la estulticia que han pagado los habitantes de la cordillera cantábrica en León, cuyas fuentes se desangran al ritmo de 10.060 millones de litros anuales. ¿Han visto como baja el Bernesga? Pues prepárense porque lo peor no ha llegado todavía.

A cambio de todo eso, nos dejan una cicatriz en Trobajo del Camino que nunca dejará de supurar. Ahora es el verano de nuestro descontento, y lo trágico es que no tenemos un heredero que haga cálido el invierno.

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