Diario de León

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Q ue nos volvamos una realidad invisible no tiene importancia. La única manera que tenemos de que nos vean y nos respeten es que todos los que viven del momio que les damos a través de nuestros votos tengan que buscar su nicho económico en otro lugar. Viene esto a cuento de una columna que titulé  Dejad de votar,  en la que llamaba la atención acerca de la importancia de poner en marcha una táctica de no violencia similar a la que Ghandi utilizó con el rey Jorge. No es que quiera que nos pongamos a tejer con la rueca y menos aún pienso vestir el dhoti de algodón blanco, pero si no cambiamos de sendero llegaremos al mismo lugar de siempre, ese del que los profetas llevan décadas advirtiendo y que se construye de ausencias y silencio.

Dejar de votar no implica dejar de estar representados en las instituciones públicas. De hecho, nunca nadie ha hablado por nosotros. Algunos han hecho de la traición el medre, mientras otros se han limitado a dormir y cobrar.

No hay nada más atronador que el silencio, nada más agresivo que desaparecer y que los que llevan años de traición lo hagan con nosotros. Nunca estaremos tan presentes como cuando dejemos de estar porque sólo así ellos perderán. Y eso va por las Cortes de Castilla, pero también por el Senado y el Congreso.

Se nos oiría tan alto que no necesitaríamos que nadie nos dijera si la manifestación es por el futuro de León o por la reivindicación por la autonomía, ahora que ya ha quedado claro que los que nos quieren salvar nos vendieron hace tiempo. Ahí les tienen. No voy a nombrar a todos los procuradores de Valladolid, a los senadores o a los diputados que perciben seis o siete mil euros cada vez que se carcajean de nosotros, pero apuesto a que ni siquiera saben sus nombres ni conocen sus caras de cemento armado. Al votar le estamos dando coartada a esta comunidad. Sólo nos tomarán en serio si amagamos y cumplimos la advertencia de desaparecer del reparto de puestos y subvenciones. Ya que nos quieren liquidar, no les demos la munición.

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