Diario de León

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Manuel Olveira se pensó que con él sería diferente, que una cosa eran Rafael Doctor y Agustín Pérez Rubio y otra muy distinta, él. No lo digo como agravio, ni echo mano de la ironía. No me hace ninguna gracia, de verdad. Es simplemente que Manuel, como esas mujeres que siempre están seguras de enderezar a los majaderos, creyó que la Junta no era tan mala como la pintaban, que su disposición a dialogar con los grises de la Fundación Siglo —la misma que Ciudadanos prometió disolver— le permitiría recibir más respeto. El director del Musac, que se ha enterado por la prensa de que la Junta acaba de sacar su plaza a concurso, decía pocos días antes en una entrevista que el centro estaba herido de muerte. Hay varias cosas que han llevado al —no lo olvidemos— Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León al borde de la desaparición. Una de ellas es un gerente que ocupa un cargo sin titulación superior cuyo sueldo es casi el mismo que el que su fundación quiere destinar al emblema de la vanguardia artística de la comunidad. Otra es la propia fundación. Siglo, se llama, un nombre demasiado grandilocuente —y que nada significa—para una oficina cuya voluntad es convertir la cultura en el piso okupado de Juan Palomo. No sé si lo guisan, pero siempre se lo comen.

Si a todo eso le unimos que el museo está en León y alberga exposiciones que ni dan respuestas ni —entendida en los cánones clásicos— tampoco belleza, las incógnitas para resolver el enigma se revelan con más claridad. Y es que es muy difícil lograr que la gracilidad mental supere los prejuicios. Nadie quiere que los demás sean lo que ellos nunca encontrarán.

Todo en el perfil del museo resulta demasiado incómodo, excesivamente desmesurado o escueto, inmoderadamente profundo o frívolo para un grupo de personas —no soy capaz de meterme en su cabeza—que no comprende que lo evidente no es más que una manera de protegernos de lo compleja que es la realidad. El Musac plantea preguntas. Algunas, peligrosas.

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