Diario de León

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A medida que se reduce la vida, decaen los sueños. ¿Les ha pasado? Cada día me doy cuenta de que es la experiencia la que reprograma la inteligencia -¿qué significa realmente artificial?- que nos permite seguir adelante. Es la llegada masiva de información la que nos deja acometer el borrado y reformulación de nosotros mismos. La plasticidad era eso. No he visto aún ningún reportaje sobre la involución a la que nos obliga el confinamiento. Dependerá, me imagino, de las circunstancias de cada uno, de lo que estemos dispuestos a arriesgar ante de regresar a ¿dónde? Desde hace una semana sueño una y otra vez con lo mismo. Mis despertares se parecen demasiado entre ellos y en ocasiones ya no sé diferenciar entre lo que vivo y las sinapsis que mis neuronas ordenan cuando me sumerjo en el letargo.

Sí. La vida se abrevia y los sueños se recortan. Dan igual los libros leídos, no importan los clásicos que repases ni los recuerdos en que te sumas. He vuelto a ver  Historias de Filadelfia,  repaso versos y novelas que se mezclaban en mi memoria y me acerco una vez más a escenas de un pasado que cada vez está más cercano.

Pero, sin embargo, mi cerebro se resiste en convertir todo en una nueva experiencia y el encierro nos vuelve más viejos.

La vida se mitiga y los sueños se debilitan. No soy capaz de diferenciar las horas, ni de separar estaciones. Ahora sabemos que es la vida la que crea el tiempo, que ahora se detiene en esta pantalla inmóvil. Porque el peligro no es que la vida de las escenas nocturnas esté suspendida en un momento desconocido. Si eso fuera así, incluso sería el principio de un nuevo escenario.

El sueño va con el tiempo. El verso de Lorca nos recuerda que Calderón tenía razón que el destino existe y la libertad es una quimera. Si no soñamos lo que queremos y la vida detiene el tiempo: Y si el sueño finge muros/en la llanura del tiempo/el tiempo le hace creer/que nace en aquel momento.

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