Diario de León

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A partir de septiembre, con la vuelta al colegio y la desgana del final de las vacaciones nos olvidaremos de Afganistán. Todo este follón mediático es parte de la cultura pop que —créanlo o no— usan de adormidera. Cuando abrieron el hoy ya invisible Musac, el título de la exposición fue Emergencias. Un gran continente —África— de miseria emergía y se sumergía en el agua ante la mirada de los visitantes que, a la vuelta de la esquina, se miraban a un espejo que te repetía lo guapo que eras. Los hoy reyes abrieron el museo y pasearon alrededor de la plataforma de Alfred Jaar, una reflexión sobre la manera con la que en Occidente consumimos la información, una forma de demostrar que África —en este caso Asia— sólo regresa a nuestras conciencias de vez en cuando, cuando, precisamente, surgen intereses que hacen que se coloque en el ojo del huracán. El resto del tiempo, permanece invisible y nosotros, ajenos hasta que, de nuevo, surge algo que nos obliga a digerir la información.

La primera vez que oímos hablar del país de los mulás fue por una eurodiputada italiana. Emma Bonino, por entonces comisaria europea, fue arrestada por los talibanes en 1997 por reivindicar los derechos de las mujeres. Nada pasó hasta que, cuatro años después, cuatro aviones provocaron la mayor destrucción en Estados Unidos desde Pearl Harbour.

Ahora, una vez que el sueño de la guerra contra el mal inspirada por Dick Cheney ha terminado, comienza el tiempo de China en su continente y las mujeres afganas, como las del resto del mundo, volverán a ser invisibles.

La salida de las tropas americanas de Afganistán no es (sólo) el regreso a la prehistoria y la barbarie para un país que ni siquiera Alejandro logró conquistar sino que inaugura una nueva era en la que Estados Unidos dejará de mirar hacia el Atlántico. A Europa le queda revivir el siglo XIX o cambiar de paradigma. Pensábamos que era Pedro Sánchez el que había estado de más en el paseo con Biden y resultó que junto al presidente español no había nadie.

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