Diario de León

Esto va de niños

Esto va de niños, niños a los que el azar abandonó en lugares olvidados por Dios, ese mismo Dios al que apelan cuantos se versionan a sí mismo alzados en la atalaya de la superioridad moral.

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Esto va de víctimas. Esto va de víctimas y de sinvergüenzas que las utilizan para obtener poder, de todos los que presumen de defender la vida y se esconden cuando tiran una granada para que explote en un centro de menores, de todos y cada uno de los que respiran por el resentimiento de clase, por el miedo a perder los privilegios, por la miseria interior que produce mirar a los demás como extranjeros.

Esto va de odio, del que se gesta con mentiras y palabras huecas, de ignorancia, del rencor que se siembra entre los pobres que siempre lo han sido y germina en cuantos lucharon para abandonar la pobreza y ahora sienten su aliento en la cama de sus hijos.

Esto va de esa furia que se calienta apelando a la irracionalidad del miedo, esa música con la que los flautistas hipnotizan a cuantos prefieren creer en la magia y abdican de la obligación de interpretar la realidad.

Esto va de ignorancia, la ignorancia de no ser capaz de preguntarse nada, de no dudar de nada, de despreciar lo que no se conoce, de la pobreza emocional que supone ver tan sólo tu propio reflejo en el espejo.

Esto va siempre del otro, porque el otro es el que nos permite saber quiénes somos, ese otro sin el que no existimos, sin el que no sabemos todo lo que podemos llegar a ser.

Esto va de náufragos, de los que lo son de verdad y los que lo aparentan para seguir esclavizando voluntades, de héroes que tienen la valentía de luchar para dejar atrás ese estigma y de los que se disfrazan para perpetuar y pervertir derechos.

Esto va de niños, niños a los que el azar abandonó en lugares olvidados por Dios, ese mismo Dios al que apelan cuantos se versionan a sí mismo alzados en la atalaya de la superioridad moral.

Esto va de infamia, asco y podredumbre espiritual, de la que unos cuantos contagian y, sobre todo, de la que muchos acarician cuando dejan que su capacidad de ser moral se narcotice.

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