Diario de León

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Iglesias azuza a los violentos que destrozan ciudades para pedir la libertad de Hasél mientras exige controles para la prensa. Dicen que la manera que tiene la bestia de engañar al hombre es hacerle creer que no existe y en eso estaba Podemos hasta que llegó al Gobierno y se creyó su propia soberbia. Dicen los ingleses que  pride comes before a fall  —el orgullo precede a la caída— y en ese charco se ha caído el macho alfa, un comunista de libro que necesita un harén entero para olvidar que hubo un tiempo en el que fue un pringado. Pero el debate sobre el rapero no es tal. Incitar al asesinato o a la violencia contra un grupo determinado es un delito. Y aquí no cabe la frase de Concepción Arenal, porque el delincuente en cuestión no es sujeto de piedad y, desde luego, no es artista. Si entramos en ese debate y mezclamos la libertad de expresión con la tiranía del miedo, con la coacción a través de la violencia, entonces es que estamos desasistidos desde el punto de vista moral. Juntar Hasél con arte o creación es un despropósito de tal calibre que sólo en un país infantilizado por la ideología somos capaces de tragarlo. Coger a un canijo intelectual y convencerle de que los desarreglos verbales que suelta es cultura es una canallada. ¿Por qué lo hace Iglesias? No tienen más que leer el artículo titulado  Sobre la grave falta de respeto y manipulación de Pablo Iglesias.  El autor, sí, el hoy encarcelado rapero, le quitaba la careta al Tito de la izquierda española —por los brillantes, no por su oposición a cualquier stalin caribeño— y le instaba a sentarse con comunistas.

Iglesias defiende la libertad para Hasél para quitar el foco que nos muestra que toda la ornamentación con la que construyó el edificio de la revolución no era más que un montaje para abandonar el destartalado andamiaje de Parla. Para el vicepresidente la libertad de expresión es un problema capital, tanto que quiere acabar con ella de cualquier manera, por cualquier medio y a toda costa. Por eso defiende a Hasél. De esta manera se venga de él mientras observa cual Nerón desnortado cómo la democracia se quema.

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