Diario de León

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Ha hecho más Calleja con un tweet que la Mesa contra León en casi un año. Es lo que tiene montar un artefacto que sólo sirve para marear la perdiz e intoxicar el ambiente. He oído a Enrique Reguero —no sé si también a Xosepe Vega— amenazar con una huelga general, aunque acto seguido comenzaron a decir que bueno, que ya sabes, oye, que este no es el mejor momento, que según están las empresas no conviene. No, no conviene. Es mejor esperar a que no haya empresas o provincia, es más inteligente aguardar a que esto se convierta al fin en la provincia de la reconversión, como la minera, que ya han visto lo de la transición ecológica en qué se queda. Y los pobres abandonados piden cuentas ahora, cuando ya se sabía que esto no era más que una merienda de negros cuyas víctimas ya estaban asignadas hace 26 años. Y ahora, ahora ya no hay cortas con las que difuminar las verdaderas intenciones. Ni nada.

Decía el aventurero que León es una ciudad fantasma. No. Para que haya fantasmas debe haber vivos que crean en ellos. Y aquí ya no vive nadie. Somos como esos periódicos zombies que surgen a la caza de la subvención y desaparecen sin hacer ruido. León es una sala de espera que lleva treinta años dando números para una cita que se ha demorado ya demasiado.

En diez años hemos perdido más del siete por ciento de la población, pero eso no es lo peor. Lo peor es que parece que nada sucede y, sin embargo, todo está pasando.

Todo pasa y lo hace con el doble significado que tiene el verbo polisémico. Pasa mientras pasa... y así el tiempo llega al final. Por copiar a García Márquez: el tiempo incontable de la eternidad se terminará algún día, ya está pasando, y mientras los conjurados en torno a la mesa del sombrerero loco se preguntan si los hunos son galgos y los otros, podencos. ¡Qué más puede pasar para que hagáis que algo pase! ¿Huelga general? ¿Por qué amenazáis para luego volveros atrás? Lo malo no es Scilla, lo peor es saber que Ítaca nos espera a la vuelta de la esquina.

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