Diario de León

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Acabar con el multipartidismo sólo lleva a volver al chantaje nacionalista. Eso es todo. El bipartidismo forma parte de la España finisecular. Aunque a muchos les gustaría que regresara, la sociedad se ha vuelto demasiado compleja como para que sus razones se articulen en simple dicotomía. Nada volverá a ser igual, aunque los haya que piensen que este nuevo modelo no es más que la traducción castiza del espíritu lampedusiano.  

Acabar con el multipartidismo no es una opción, aunque muchos defiendan que nada ha cambiado, aunque los que forman parte de esa revolución no lo sepan explicar. Puede que ese sea precisamente el síntoma de que lo ha hecho, de que el caos lo controla todo hasta el punto de que lo que ayer era una certeza hoy se ve con el temor de lo improbable. La estabilidad que nos aportan los partidos instrumentales (así los llaman) ha servido de momento para que los que se creen vertebrales se sienten en el diván. Freud ha entrado en escena y nos está mostrando (perdón por el gerundio) las tripas de la política española. Sabemos ya, por ejemplo, que Pedro Sánchez es una persona en la que se puede confiar. Más allá del ‘así es si así os parece’, de las estrategias de los gurús, de la capacidad de asimilar el relato en la espiral del pensamiento dominante, el presidente es sólo lo que vemos. Ha demostrado que el Ibex 35 está más cerca de su colchón de lo que él mismo pensaba y, sobre todo, ha dejado claro que seguirá templando gaitas con los fascistas de Cataluña, esos que montan tribunales de pureza para pedir la muerte civil de los que se niegan a digerir su receta totalitaria. Sabemos también que Pablo Casado puede ser Aznar o Rajoy, o que está buscando (otra ve el gerundio) su papel en el drama, aunque no sepa todavía con qué verso quiere que le recordemos. También sabemos que ahora prefiere a Ana Pastor en vez de a Cayetana Álvarez de Toledo, una elección con la que muestra sus costuras cuando aún falta un mes para las elecciones.  

Instrumentales, los llaman, cuando son la prueba de que la Constitución sigue cosechando una historia de éxito. Mal que les pese a muchos.

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