Diario de León

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Diez años por violar por turnos a una niña. Esa ha sido la condena ‘ejemplar’ que ha puesto la Audiencia de Barcelona a la manada de Manresa. En tres años puede que comiencen a disfrutar de permisos penitenciarios y la calle será un poco más peligrosa. Este es el código penal y el sistema penitenciario que disfrutamos: una condena para las mujeres y una vergüenza para toda la sociedad.

Porque la violación dura toda la vida; porque no hay tercer grado para las que han tenido y tendrán la mala suerte de cruzarse con estos criminales. Pero los jueces no lo ven.

La sentencia es, además, especialmente dolorosa: absuelve a uno de ellos, que se masturbaba mientras el resto iba dándose la vez en esa ceremonia tenebrosa, obviando no sólo el deber de socorro sino el hecho de que participó de la violación grupal a través de su propia fiesta onanista. Pero los jueces, eso, no lo ven.

Los jueces no lo ven y les condenan a indemnizar a la víctima con 12.000 euros. ¿No ven los jueces que son insolventes y que nunca pagarán? Pero, la peor parte en la ceguera de los jueces es que su sentencia pone el foco del delito sobre la mujer.

Los jueces no lo ven y en su ofuscación deciden que su estado de embriaguez impide saber si aceptó las «relaciones sexuales». Se obcecan y no ven, y defienden que los procesados no tuvieron que emplear «ningún tipo de violencia o intimidación» contra ella. No ven, no ven, y como no ven no se dan cuenta de que les traiciona el subconsciente y en la sentencia tachan de relaciones sexuales lo que, al final, ellos mismos califican de abusos.

Tenemos el código penal que han hecho los hombres y los hombres, o la mayoría de los hombres, o los hombres que hacen las leyes, o los que las aplican o... son machistas. El problema es que no lo ven. Una sociedad que convierte a la mujer en la causa del ‘pecado’ de los hombres, que considera que se necesita estar consciente para que un grupo de animales te agreda es la demostración de que queda demasiado por hacer.

Pero la justicia —la minúscula es intencionada— es ciega, y, al menos aún, no lo ve.

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