Diario de León

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Así se llama la mujer transgénero que ayer compitió en halterofilia en Japón. Hasta el 2012, Laurel era, desde el punto de vista biológico, hombre y sus niveles de testosterona le permitían competir con soltura frente a los colegas deportistas de su sexo. Pero no ganaba. En igualdad de condiciones, era uno más. España no es el único lugar en el que se pisotean los derechos de las mujeres. El Comité Olímpico Internacional también pone su grano de arena. Dice Laurel Hubbard que el deporte es algo para todo el mundo. El sexo también está en el cerebro, y ella aún no tiene el grado de sofisticación femenina que se requiere para defender lo indefendible. El caso es que yo juego al tenis con mi hijo pequeño, que tiene cinco años y le gano, como tú hiciste desde que comenzaste la reasignación y te pusieron a competir con ¿tus iguales? Porque no fue hasta que te  colaste  en el vestuario de las chicas que comenzaste a ganar: campeona de Oceanía en 2017 y 2019, medalla de plata en el Mundial celebrado en Anaheim hace cuatro años y oro en los Juegos del Pacífico. Y, ayer, porque te pusiste nerviosa y fallaste; de lo contrario tu ventaja física —el rendimiento en el levantamiento de pesas masculino es un 30% superior— te habría llevado al pódium frente a tus competidoras.

En la antigua URSS obligaban a las mujeres a quedarse embarazadas como método de dopaje natural y después las obligaban a abortar. Lo hacían para que no interfiera en sus carreras y porque las sustancias que las daban provocaban daños en el feto. Los nazis envenenaban con asteroides a sus deportistas mujeres para masculinizarlas y que consiguieran con ello mejores marcas. La historia reciente no difiere demasiado de la que pensamos que hemos dejado atrás. El mundo que tenemos por delante siempre nos pone un fardo a la espalda. Y encima la discriminación se hace en aras de una pretendida igualdad que no es más que la violación, una vez más, de los derechos de las mujeres.

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