Diario de León

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Renuncia a la igualdad, dice. Con esta frase bastaría. Podría dejar toda esta columna en blanco y sería elocuente. En realidad, no hay nada que exprese mejor que dar la espalda a argumentos tramposos. Hay dolo semántico en la broma del vicepresidente de la Junta y él lo sabe. Mostrar soberbia con los débiles puede salir gratis al principio, pero en poco tiempo se marchita como una mueca triste y amarga. «¿Qué hay de lo mío?», ironiza, como si reivindicar lo justo fuera actuar como una víctima consentida. Hay tantos indicadores que nos obligan a buscar una salida para la provincia, que la petición de una consulta para que los ciudadanos decidan se convierte en realidad en un oxímoron. Nos falta vida para cumplir el reto por una razón muy simple: en poco tiempo no habrá nadie para acudir a ejercer ese derecho.

 

Tienen razón tanto el alcalde como el procurador de Podemos cuando reivindican la autonomía. Nos la negaron por cálculos con los nacionalistas —una gran Comunidad para contrarrestar a Cataluña— y en los 40 años que siguieron a la decisión, han trabajado con ahínco para acabar con nuestra identidad. León se ha convertido en el inconsciente español en una remota provincia castellana, y la ‘y’ ha demostrado que el orden de los factores truncó el desarrollo económico hasta convertirnos en un reino de subsidiados. Mientras, los independentistas siguen a lo suyo. Ya ven lo que les importa. 

El problema no son las «originalidades», sustantivo que usted nos tira a la cara como si fuera la expresión de un parroquianismo localista. La cuestión que de verdad hay que responder antes de ponerse estupendo y hablar del cantón de Cartagena es la razón por la cual el Estado no ha protegido a los débiles, y en esta secuencia, el Estado está en el Colegio de la Asunción. 

 

Verá, la inteligencia no consiste tan sólo en citar el Eclesiastés, aunque sea en inglés. No es de personas civilizadas opinar si no se está dispuesto a escuchar, más aún si eres viceconsejero. Hay un tiempo para callar... 

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