Masa

Aquí, cada uno está demostrando la categoría que tiene». Me lo decía el lunes un profesional antes de contarme las historias de los héroes del Hospital. El mundo está ahora allí, en esa atalaya de la carretera de Asturias en la que cientos de profesionales se olvidan de su vida para salvar la de los demás. Han pedido el Princesa de Asturias de la Concordia para Amancio Ortega. No niego que lo merezca, pero quien realmente se lo ha ganado ya son los sanitarios. Médicos, enfermeras, auxiliares, valientes de la limpieza que cada día ponen en riesgo su salud y la de sus hijos para defendernos de este asesino invisible. ¿Seríais capaces de hacer lo mismo? ¿Cuántos de nosotros se rendiría? Todos tenemos nuestra parcela de miseria personal, ese miedo atávico que nos impide hacer lo que debemos, pero es ahora cuando podemos ejercer la libertad, la que casi siempre acallamos en la cárcel del egoísmo, la vergüenza o la inanidad. Yo misma me he preguntado en más de una ocasión qué habría hecho de haber vivido durante la guerra, en qué ética habría militado, qué papel me habría reservado para la hemeroteca de la historia. La épica del 36 no es la de una idea política sino la de una elección personal. La verdadera batalla se libró en la intimidad de cada espíritu. Hunos vencieron pero se perdieron para siempre; otros fueron abatidos en todos los frentes, también en el de la dignidad. Este es un momento parecido. ¿Estamos a la altura de los profesionales médicos que vencen el terror para convertirse en nuestra barricada? Si nos da vergüenza pensar en el papel que jugaríamos en esta epopeya es que nuestra promesa se frustró. Así que cuando todo esto haya pasado y volvamos al nuevo mundo, trabajemos para no olvidar quiénes protagonizaron la gran gesta del siglo XXI: los médicos y enfermeras, que tuvieron el valor de comprender que la vida no lo es si no estás dispuesto a infectarte, y ese auxiliar, que acompañó hasta la muerte a decenas de enfermos y dio el salto. Para todos vosotros: Masa