Diario de León

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La Variante de Pajares, la gran obra de ingeniería que siempre parece a punto de terminar pero tiene la testarudez de coger vuelo una y otra vez ha venido a demostrar que los de este lado del Negrón hemos perdido esa terquedad —cazurros, decían— con la que hace tiempo nos caricaturizaban. El ingeniero que diseñó el paso de las perforadoras de montañas hacia Asturias se olvidó de que los grandes ríos del Noroeste nacen aquí; que, pecata minuta, las rocas horadadas por el desarrollismo de la crisis de las subprime son las que dan de beber y comer a media España. Así que ahora, después de que durante años el agua haya manado de los manantiales leoneses hacia el sumidero de la obra pública, salen dos ayuntamientos del Principado y piden la propiedad de la fuente de la vida. No en vano dicen que Juan Ponce, sí el mismo, llegó a Florida desde las montañas leonesas para buscar la eterna juventud, como si ese destello que nos concede la vida pudiera perdurar más allá del vistazo que un niño da a la luna. 

Puede que sea que yo no he dejado de observarla, pero me da la sensación de que la reivindicación de Lena y Mieres no va mal desencaminada, de que lo conseguirán, de que los silencios bravos de los leoneses se han convertido en indiferencia. ¡Bah!, nos quitarán el agua de los acuíferos igual que han hecho con todo lo demás y puede que algún ayuntamiento haga negocio con el hurto. Es lo que pasa con los humillados, que tienen la soberbia suficiente como para no luchar por lo que es suyo por derecho. Detrás del orgullo del hidalgo no hay más que el bochorno de la pobreza. 

Dicen que nuestro tótem es el mastín, ese espíritu que bajó de las montañas para defender a los trepadores de estrellas que encendían luces en medio de la oscuridad. Fuimos lobos y nos hemos convertido en pastores afables y desconfiados. Nos hemos domesticado después de contemplar que fuimos grandes pero ya somos viejos y que no vemos, y que nos duele la columna y tenemos dificultades para mantener al depredador lejos del rebaño.

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