Diario de León

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Tienen más o menos claro en la UPL que Matías Llorente no piensa acatar la decisión del partido sobre el pacto en la Diputación y supongo que tampoco le dirán nada. ¿Para qué? Ha quedado cristalino que el presidente de Ugal no es una persona que se pliegue a la misma autoridad que él exige a los demás. Está muy bien ser un ácrata si concedes al resto las mismas prerrogativas con las que te adornas. Pero no es el caso. Su enfrentamiento con el anterior secretario provincial del PSOE podría haber hecho pensar a los leonesistas que quien traiciona una vez volverá a hacerlo. Entonces, era la rosa mustia y ahora... Ahora puede que haya que preguntarse cómo es posible que el representante de un sindicato reciba tanto chance hasta terminar como vicepresidente, de nuevo, de una entidad tan particular desde el punto de vista de la democracia como la Diputación. Son cuarenta años de vida política y sindical durante los cuales ha ejercido el poder de manera personalista, con declaraciones y decisiones a su imagen y semejanza, en una mezcla de personalidades que resulta en un combinado de difícil digestión. Demasiado sólido en una época en la que todo es evanescente y que demuestra que no siempre —con generosidad— la ideología tiene demasiado que ver con el talante.

Cabe preguntarse si en una institución con sistema de elección indirecta es democrático que el diputado tenga el acta en propiedad. Nadie designa a los representantes del Palacio de Guzmanes sino los poderes orgánicos de los partidos en los que se encarnan. Entonces ¿a quién debería pertenecer el cargo?

No se sabe quién manda a quién, si Matías Llorente a Eduardo Morán o al revés, pero lo que está claro es que el alcalde de Cabreros sabía desde el principio que en este mandato casi nada le interesaba más allá de mantener el poder, a pesar de las grandes alharacas y promesas que se han quedado en nada. Lleva despidiéndose tantos años que parece un capítulo de Verano Azul. No le moverán.

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