Diario de León

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Se llaman la generación de cristal porque se rompen cuando un simple agudo les recrimina que algo de lo que hacen no está bien. Les criaron como artículos de lujo, como si fueran únicos, en este mundo postmoderno en el que nos pensamos que nada es en realidad y que todo puede serlo, en el que las verdades se deshacen de la misma manera que los polos de la Tierra: a costa del relativismo moral. Como no sabemos hacia donde vamos, decidimos que tampoco a ellos teníamos que darles una brújula.

Y así, entre teorías educativas naif, nos hemos dado de bruces con una generación tan idiota que no es capaz de ver que su egoísmo ha desembocado —voy a ser generosa— en cientos de muertes. He escuchado a psicólogos de lo blandito decir que la adolescencia es una época demasiado crucial como para dejar de socializar, que sin relación entre iguales los hombres se vuelven unos fracasados, que puede que esta sea, si su regreso a la convivencia no se normaliza, una generación incapaz. Después de aquello, llegó la quinta ola, aderezada con la variante Delta, y a continuación, la agonía regresó a los hospitales. Cuantos pueblan esta franja de edad, cada vez más extensa, se han convertido en los protagonistas de todos los informativos. Cuando no por el amontonamiento y el desfase para ayudar al virus, lo son por las palizas a los que creen inferiores. Volvemos a ver humillaciones al débil, en una espiral en la que la diferencia está proscrita, en la que el tótem del grupo es la única verdad.

Hubo una generación perdida de verdad. Nació para vivir la primera y la segunda guerra mundial y sobrevivió para crear un mundo mejor. Estamos en las antípodas de lo que ocurrió entonces, pero la inconsistencia de esta nueva era ha hecho surgir una adolescencia que no se acaba nunca, deformada y abúlica, que confunde la realidad con la representación, que se aleja cada vez más de las certezas y las confunde con sus apetencias inmediatas: «Primero oprimían la libertad de la república, y después violaron la majestuosidad de la púrpura»... Edward Gibbon.

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