Diario de León

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Lo leí en alguna parte. Europa ha dejado de ser un laboratorio para convertirse en un museo. La advertencia de Marinetti se ha hecho carne mucho antes de que nos diéramos cuenta pero tiene una aclaración a pie de página: las musas ya no moran entre nosotros. Nadie se cree a estas alturas que podamos competir porque aquí los garajes son el lugar en el que atesoramos coches que no necesitamos y no espacios para inventar el futuro. En el caso de Castilla y León esta fatalidad es aún mayor.

Puede que sea la razón por la cual el presidente quiere que el patrimonio cultural compute en la reforma de la financiación autonómica, como la PAC, como la Política de Cohesión, esos fondos que los alemanes no mandarán más porque se han dado cuenta de que el sueño de la razón socialdemócrata ha provocado un vuelco al argumento de la serie: «Nos están expropiando», dicen y puede que tengan razón. La idea de Alfonso Fernández Mañueco no deja de ser la demostración de que una cosa es lo que dice y otra lo que tiene pensado hacer, de que hay que hacer lo que hay que hacer, como decían las tautologías de Mariano Rajoy. Y lo que hay que hacer aquí es seguir con la costumbre, con la fuerza de las cosas, el turismo, el sector primario —el parque agroalimentario se irá a Valladolid— y la manufactura.

Estas y no otras son las armas para que el nuevo precariado, recién aterrizado del país de la clase media que ya nunca pisará, no se rebele demasiado, en una economía hecha a la medida de una tierra en el que el tsunami de las canas no ha hecho más que empezar, una comunidad que debe resignarse, poco a poco, como se ha resignado todo el patrimonio en ruinas a no volver a levantarse. Cuarenta años después nos damos cuenta de que hay que recuperar el patrimonio, en un intento de que sea el pasado el que nos salve de un futuro tan cierto que es el final del trayecto. No hay fondos suficientes para acabar con este invierno. Siempre ya pasó, todo fue ayer y no nos queda siquiera el comodín del todavía.

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