Diario de León

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Se quejaba uno de los Monty Python de que le trataran de manera automática como un inferior. ¡«Es que soy el rey!», le contestaba Chapman con sorpresa. Aquí pasa parecido. Ayer, por ejemplo, cerraron León. O sea, que después de varios días con cifras superiores, el Pisuerga sigue su curso como si nada, pero en León, ay amigo, León es como ese campesino —más cobardica, claro— que se queja de que le tomen por vasallo. Sólo que aquí las palabras regias no llegan de Zarzuela sino del paseo de Zorrilla y nos tienen tanto respeto que nos avisan de que nuestro PIB va a descender por debajo del nivel del mar mientras dan la cifra de vacunas contra la gripe. «¡Ah, por cierto, los de León os quedáis catorce días sin salir». ¿Quién dará de comer a mis hijos cuando aquí no quede nadie? «Somos campeones en Renta Garantizada de Ciudadanía y tal. Sucesiones y donaciones para cuando sea...»

Y así, hasta que nos cierren la montaña para que las eléctricas puedan desmontarla con facilidad, que no vayan a llegar los paisanos de turno a darnos con tirachinas en los tobillos. Esto que nos pasará a partir de hoy a las 0000 —vamos a resetear por si así volvemos a ponernos en marcha— les vendrá muy bien a los caballeros de esa mesa oblonga —sepárense más por favor que puede que un descuido les haga interpelarse y no han venido a eso—, que han demostrado que la carcajada no siempre es un acto de inteligencia. Somos León es la mejor manera de reirse de los que contemplan el espectáculo a la intemperie —¿cuál es el sujeto? ¿quién ejerce la acción?— y podría terminar de rematarse ahora con un simple cerrado con el que no dar lugar a pretensiones infundadas.

Hay días que se me entiende mejor que otros porque hay días en los que a mí no me apetece demasiado tratar de cavilar con la inercia de los demás. Prefiero la mía. El caso es que nos aguardan catorce días de clausura, si no más, de los que saldremos mucho más pobres, más miedosos, e igual de enfermos. Sobre todo algunos.

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