Diario de León

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Me lo recuerda un amigo, que León siempre ha sido tierra de lobos y de alimañas. De lobos porque el animal que perturbó las noches mientras alimentaba los sueños nunca desapareció de la montaña. Para eso surgió el tótem del mastín, el alter ego que ha mediado para que los cuentos de los filandones no se queden sin la voz del pastor.

Ahora el Gobierno, con actitud de snob urbanita, les dice a los ganaderos que su relación ancestral está a punto de cambiar, que la pelea que han mantenido con la fiera durante miles de años comienza a diluirse en la oscuridad Ya no habrá ganado en Babia, donde se cuenta la leyenda de los ojos que miran al lobo de tú a tú en un cortejo mortal que, al acabar, terminará con todas las huellas de esta historia. Porque sin pastor no hay lobo, porque el lobo sabe que sin el hombre que le vigila desde la mirada del mastín, él también desaparecerá. Nada existe si no hay quien lo cuente.

Y en eso parecen estar empeñados los caciques, las alimañas que eran en el siglo XIX y que poco han cambiado a la vuelta del XXI. Aquí siguen, con la boca pequeña, unos poniéndose la medalla de un ecologismo falsario, los otros, aprobando leyes para que el final sea el mismo. Unos y otros... ninguno ha bajado del palacio para subir a la montaña y preguntar al ganadero por qué el lobo nunca se extinguió en León, por qué las miserables indemnizaciones que les dan cada vez que la manada ataca y se lleva un ternero no llega siquiera para pagar al veterinario que le facilitó la llegada al mundo.

Todo es mentira. Sobre todo en el caso del lobo. Sabemos lo que podemos esperar de las alimañas, pero cuando se ponen piel de cordero, tendemos a olvidar que son perjudiciales para el hombre. Y ahí estamos, con alimañas que se pasean por los micrófonos repitiendo pavadas y repartiendo miserias. Me lo decía un amigo ganadero esta semana. ¿Te puedes creer que me ha recibido el presidente de Asturias y no he conocido a ningún consejero de Medio Ambiente de Castilla y León?

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