Diario de León

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He puesto sobre mi mesa/todas las banderas rotas... ¿recuerdan? Habrá varias generaciones que no sepan de qué hablo, que ni siquiera sabrán por qué hablo de esto justo ahora. El peaje de la edad es también el salvaconducto que te permite viajar hacia el pasado sin sentir que el pasado no va contigo. Me he comprado un picú y he vuelto a escuchar las canciones de Labordeta que los viejos vinilos mantenían silenciadas. Y me he emocionado como lo hacía entonces, hace treinta años, la primera vez que leí las letras de un poeta aragonés que hablaba de justicia y libertad. No, las generaciones que ya no saben quiénes somos o por qué nos emocionábamos no entenderán por qué hubo que empujar la historia y cuál es la razón de que las grandes ideas se hicieron jirones.

Siento nostalgia por esos días en los que me emocionaba al escuchar unos versos que me hacían comulgar con el dolor de tantos, tantos que no eran capaces de pensar en la guerra con ninguna banda sonora más que la del silencio, el miedo y la desesperación. No hay poesía en quien padece la guerra, la poesía se crea después para convertir en épica la miseria

La transición no tiene banda sonora. Los que crearon el horizonte que ahora parece desaparecer crearon lírica con lo perdido, sin darse cuenta de que la gesta pasaba por delante de ellos sin molestar, como un espíritu mudo que no avisa del momento en el que echa raíces.

La música de la transición no cantó las hazañas de la libertad porque la libertad nunca es una epopeya, llega con modestia, sin que nadie se de cuenta. Ahora regresan las estrofas que nos hacían vibrar, pero lo que un día agitaba mi militancia juvenil, ahora me hace sentir tristeza.

Escucho a Labordeta y sé que aún hay que echar raíces por campos y veredas para poder andar, sé que hay que seguir siendo como esos viejos árboles, pero, también, que cada vez que este pueblo ha aupado una bandera convencido de que ganaría la batalla, ha descubierto que la resaca no nos deja más que una amarga e inútil desesperanza.

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