Diario de León

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Todos sonreían. Ante las imágenes de la extinción de la vida rural, los representantes de la oficialidad posaban con la mueca en parábola para demostrar su alegría ¿por? Lo demás no importaba. Allí estaban todos con la misma verticalidad del que sabe que nada puede pasarle, que todo eso de lo que hablan las imágenes que tapizan su escorzo moral nunca les arrollará.

Me refiero a la exposición de José Manuel Navia en el Museo de León, una muestra titulada Alma Tierra que da fe del final de paisajes que apenas son ya más que ruina, de una forma de vida que destruirá no sólo a los resistentes que, a pesar de toda la coacción desarrollada desde el poder, han decidido que se quedan, que se quedarán hasta el último día sino un poco a todos nosotros. La soledad del final es Ainelle y Ainelle es para todos.

Todos se reían y se acercaban al artista, como los patricios romanos que atesoraban poetas para que no se les vieran las costuras de podredumbre intelectual.

La exposición debería haberles hecho reflexionar, aportarles alguna clave de empatía que demostrara que el trabajo del fotógrafo madrileño les interesaba más allá de una instantánea en el periódico, un corte en cualquier emisora, una imagen en la televisión. Lejos de ello, todos se quedaron en la sonrisa hueca del que sabe que no es necesario mirar la pobreza porque nunca les alcanzará.

El arte no lo es si no genera a su alrededor un debate cuyas conclusiones nos hagan crecer. Está claro que su discusión mental no iba más allá del horario para regresar a Madrid o a Valladolid. Puede que piensen que patrocinar una exposición sobre la muerte y la desolación les coloca en una mejor posición para optar al siguiente puesto y me pregunto si alguno de ellos se habrá atrevido a contagiarse de este lugar en extinción que es todo el oeste español. Por sus sonrisas satisfechas, creo que no. Una de las frases de la exposición pertenece a Julio Caro Baroja: «Cuantas más gentes de ideas utilitarias existan, más disminuirá la población rural».

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