Diario de León

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Cuando todo parezca normal, ahí estará el cambio de era que ya nos ha atravesado. Y empieza a pasar. Me ocurre cuando veo películas de hace un momento cuyos protagonistas se relacionan con naturalidad, sin necesidad de hablarse a dos metros ni de llevar mascarilla. Ahora todo eso parece imposible, un despropósito, una renuncia a la seguridad de los demás. Por eso, todavía me alegro cuando llego al portal y me doy cuenta de que siento demasiado el frío de la madrugada en mi boca, de que lo normal es que el embozo nos proteja (también) de las apabullantes mañanas de León. Pero pasa pronto, porque la rutina es una fuerza poderosa, difícil de vencer cuando la integras en tu vida. Tengo un amigo que lo llama el instinto del pusilánime y creo que tiene razón. Una de las rutinas más peligrosas que hay es el miedo porque es difícil desacostumbrar al cerebro a que deje de nublarnos la razón para sentirnos menos solos, menos desamparados. La audacia, además, necesita de un fuerte trabajo individual y en estos momentos en los que el poder de la multitud se ha adueñado de nuestro mundo, resulta inapropiado tratar de comportarse con responsabilidad pero sin furia. Cuando el enemigo está frente a nosotros es mucho más sencillo enfrentarse a él, por eso nos escoran, para que el temor ante un fantasma que nos envuelve sin que podamos verle nos mueva hacia donde ellos quieren. Seríamos una democracia tranquila y adulta si nadie nos obligara a elegir, si no nos pusieran en el disparador emocional a base de trampas en las que la elocuencia se usa como hacen los trileros con los cubiles para mantener a la víctima distraída. No somos mejores, pero si más cobardes, para tomar las decisiones correctas, que nunca son fáciles, que siempre nos avergüenzan cuando las tomamos por causas demasiado pegadas a la piel. Elegir debe ser un acto de libertad, no una manera de sumisión. Lo decía uno mucho mejor que yo: El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento

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