Diario de León

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Hay que recordar, antes de entrar en otras disquisiciones, las dificultades que complicaron la formación del nuevo Gobierno. Nadie salió indemne de responsabilidad política de aquella experiencia de triste memoria. Al final el vacío, ya se sabe, se salvó con una coalición de izquierdas prendida con alfileres y con más dudas que ilusiones.

Un apaño para salir del paso eclipsado por la pandemia que nos mantiene confinados y absorbidos por las cifras de muertos y contagiados.

Esta situación tremenda pasará. Tardará aún en superarse pero pasará, y entonces vendrá la dura tarea de la reconstrucción de los daños causados. Será la mejor oportunidad que le surja a un Gobierno para demostrar que da la talla. Y aquí nos surge la duda: ¿Es el Ejecutivo de Pedro Sánchez una garantía ante este reto o se trata de un Gobierno de circunstancias, basado en trueques de cargos y personas y no en criterios de valoración de capacidades? Ante todo, se impone un Gobierno cohesionado, fiel a un mismo compromiso, ajeno a los intereses partidarios de sus miembros y olvidado temporalmente de la batalla política.

El esfuerzo hasta ahora del que tenemos no se ha visto recompensado con esa imagen tan necesaria para inspirar confianza entre los ciudadanos. Son dos gobiernos, con uno que no se resigna a su condición secundaria e integrados por la anormalidad de contar con veintidós ministros; demasiados para aglutinar funciones y establecer consensos.

Así, ante cada solución a adoptar surgen varios problemas. Estos días, por ejemplo, se debe encontrar una fórmula para salvar la interrupción del ciclo académico y asistimos a un guirigay desconcertante.

Hay una ministra de Educación y Formación Profesional, un ministro de Investigación y otro de Universidades, una autonomía universitaria que da mucho poder a los rectores y, para facilitar el entendimiento, diecisiete gobiernos autónomos con las competencias transferidas, cada uno con el principal objetivo de diferenciarse de los demás. Consecuencia: la actual generación de estudiantes corre el peligro de emprender su vida laboral con el estigma de unos títulos dudosos.

Es solo un ejemplo de un Gobierno donde un vicepresidente se permite dudar de la ecuanimidad de la justicia e incluso cuestionar al jefe del Estado y comprender a quienes aspiran a desintegrarlo.

Parece inevitable que, tras la pandemia, esta situación se reconsidere tanto por parte del Gobierno como de la oposición y se intente encontrar una salida que ofrezca mejores garantías para la reconstrucción y la estabilidad nacional. Hay alternativas en la Constitución. Lo que hace falta es apresurarse a contemplarlas.

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