Diario de León

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Tras las bochornosas horas de peleas entre el Ministerio de Sanidad y la presidenta de la Comunidad de Madrid, nos hemos quedado confinados en medio del caos a la espera de mejores tiempos contra la pandemia. Supongo que dentro del problema que nos aflige nadie podrá enorgullecerse de la seriedad y el rigor con que se toman las decesiones en torno al peligro que nos amenaza a todos. Si algo ha quedado claro en la multidisputa, igual que ocurre últimamente con otras cuestiones frecuentes, es el orden de prioridades que se ha establecido a la hora de debatir y afrontar las soluciones más adecuadas. Primero, está la política, sus intereses y sus odios remansados en espera de elecciones. El debate no parece entender de otra cosa que no sea ganar al contrario y dividir a la sociedad, no vencer el mal.

En segundo lugar, está la economía, un poco más comprensible en el ranking del problema: de su evolución y recuperación depende la suerte que nos espera. Lo malo es que también, ante esta realidad, los intereses presentes y futuros se acaban imponiendo a lo prioritario. Muchos negocios han tenido que cerrar y otros se tambalean. Parece de buen previsor concederle atención después de lo fundamental.

Y luego, en el tercer puesto del ranking de prioridades que se ha impuesto, está la salud de 47 millones de personas: no la salud de alguien en concreto, sino de todos, políticos y empresarios, pobres y ricos, de Madrid o de Murcia. Conclusión, sin dejar de comprender las razones de cada cual, es que estábamos equivocados: la salud, que creíamos el bien más preciado, el bien que siempre se reconoce cuando peligra o se pierde, no es lo primero. La indignación poco menos que colectiva ante la imposibilidad de no poder disfrutar del puente del Pilar como se deseaba es una prueba más de lo poco que se meditan las razones que perturban nuestros deseos o conveniencias. Quien más quien menos, todos vivimos con miedo a la covid-19 y sus consecuencias, pero nos olvidamos de la necesidad de sacrificarse para evitar ser contagiados y de contagiar a otros.

Primero la política, si, hasta en la parada militar. Un vicepresidente utiliza la mascarilla para promocionar la sanidad pública y su mujer, también ministra aprovecha para vestirse del color de su partido. Lamentable como fue el espectáculo por dos Gobiernos democráticos, llegando a unos acuerdos imprescindibles para unas horas después retractarse hasta tres veces y acabar convirtiendo las medidas en defensa de la salud colectiva en una reyerta indignante.

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