Diario de León

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Vale, amo el cine clásico. El domingo descubrí una joya para mí desconocida: Banquete de bodas , dirigida por Richard Brook en 1956. Alfonso X el Sabio nos recomendó quemar viejos leños, leer viejos libros, beber viejos vinos y tener viejos amigos… hoy habría añadido: y ver viejas películas. Uno mismo va teniendo su pátina y puede decir ¿te acuerdas cuándo…? Y que fuese hace mucho. Una maravillosa película, protagonizada por Bette Davis y Ernest Borgnine, sobre el blues de los pobres con trabajo. Una historia acerca de unos padres humildes a quienes su única hija les comunica que desea casarse sin banquete nupcial, pues les basta con el amor. No son beatniks contestarios, solo enamorados que quieren casarse. Al padre le parece muy bien esa ceremonia sin cargas económicas para él, pues se dispone a comprar con un amigo una licencia de taxi, para la que lleva años ahorrando. La madre es ama de casa y desea que su única hija tenga banquete, traje, invitados…pese a que no pueden permitirse el gasto. Darles un banquete supone un triunfo sobre el blues de su propia vida. La discrepancia hará que irrumpan viejas heridas conyugales arrastradas. Han perdido un hijo en la guerra de Corea, pero no hablan mucho de ello. Tampoco hablan del dolor de no haber podido mandar a su hija a la universidad, por falta de recursos. De hecho, apenas hablan. Nada ha quedado anticuado en lo que se nos cuenta, lo prodigioso es cómo se hace. La crisis actual ha abierto los arcones del trastero. Fitzgerald —secundario fordiano— interpreta a un anciano tío de… ¡61 años! Le gano por dos. Claro que lo suyo tenía trampa, pues el actor había nacido 1888. Ah, la vieja fábrica de sueños.

El gran personaje es la hija (Debbie Reynolds) y el amor que siente por sus padres, a quienes nunca ha escuchado decirse que se quieren, quizá ni ha visto besarse en la mejilla… ella no desea un matrimonio como el de ellos… pero hasta un blues puede sonar alegre silbado por un corazón bondadoso.

Y me acordé de la letra de una canción que Waylon Jennings compuso para sus hijos: «Hay maravillas modernas que no entiendo/ Así que todo eso te lo dejo a ti/ Pero si quieres aprender a bailar/ solo tienes que mirarnos a tu mamá y a mí».

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