Diario de León

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Suena mi móvil y se diría que más alto de lo habitual. Me llama Marino Gómez Santos, el gran periodista y escritor asturiano, nacido en 1930. ¡Ya llovió! Lo hace para preguntarme qué tal me va la vida. ¡A mí! Lo hace con la potencia de voz de siempre. Le tengo gran afecto, coincidió con mi padre en la redacción del Madrid , aunque nos conocimos personalmente aquí en León, cuando acompañó a Severo Ochoa en su visita a este periódico. Me cuenta de sus libros recién publicados, además de hablarme de los pendientes de publicar. Su fuerza mental sigue intacta, así como su retranca asturiana. Entrevistó a Baroja, Azorín, Gómez de la Serna, Chaplin, Dalí… Además de gran biógrafo de Ochoa es una de las personas que más sabe acerca del jeroglífico González-Ruano, sobre el que sacará libro. No ha perdido ápice de su genuino espíritu crítico. Días atrás me había llamado el arquitecto Miguel Martín Granizo, de edad similar a la Gómez Santos, para comentarme una columna. Prodigiosa vitalidad también la suya. Bien está seguir leyendo cada día la prensa, pero además tener la inquietud de comentarla me parece ya proeza gimnástica. Otra energía admirable, aunque con menos otoños encima, es la de Manuel Garrido (1947), sacerdote cabreirés, colaborador habitual de este periódico. Le conté en lo que estaba trabajando y me recomendó, con servicial virtuosismo de memoria, el relato El silencio del mar, de Bruller, que transcurre en la Francia ocupada. ¿Hay algún nexo común entre estas tres vitalidades, más allá de que quizá desayunen lo mismo? Uno de ellos, sin duda, es el interés por la naturaleza humana.

Primeras navidades sin mi madre. Hasta poco antes de morir mantuvo su duende andaluz e intacta la pasión por la vida. Un faro de conducta. Lo que haya en estas columnas de serio desparpajo me viene de ella. La gravedad socarrona es paterna.

Finalmente, esta columna quisiera que fuese también villancico para mis lectores hospitalizados. A todos ellos: salud, paz y muchos ánimos. Como dijo Lavoisier, en el XVIII, «la energía ni se crea, ni se destruye, solo se transforma». Si me está leyendo en la cama de un hospital sepa que esta columna de hoy va por y para para usted. Y la próxima, también. Qué menos.

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