Diario de León

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Amí el frío no me acoquina, pero tampoco le doy confianzas. Dicen los meteorólogos que hoy vamos a saber lo que es el castañeo de dientes. Vale, gracias por avisar. Tampoco pensaba salir a la calle en déshabillé, que decía mi padre cuando las señoritas de ballet Zoom, aquel de Lazarov, lucían palmito en el programa de fin de año. Porque, prudencias aparte, no podemos ni debemos encerrarnos solo porque la vecina nos jure que acaba de ver pingüinos en Ordoño. Amilanarse, nunca. Un leonés no estornuda por cualquier bajo cero. Además, los pingüinos no muerden. Como si fuese un día de primavera, hoy iré a escuchar a la escritora y pianista Marta Muñiz tocar en la Biblioteca Pública de León, con motivo de los 175 años de esta gran casa de todos. ¿Mucha rasca? Más temblé cuando me enteré que Paquirrín prepara un libro de autoayuda. Y el viernes, iré a la Fundación Sierra Pambley, aunque me tenga que llevar el Yeti a coscoletas, porque José María Merino presentará, de la mano de Nicolás Miñambres y Natalia Álvarez, su A través del Quijote , gran juego de humor y saberes cervantinos, logro de la segunda juventud en la que se encuentra. Pues así con todo. Según Amando de Miguel, en su La España de nuestros abuelos, durante el siglo XIX y los primeros años del XX se consideraba que a los 35 años ya ibas para vejestorio. En el León decimonónico, el mostachín quedaría muy de señor krausista pero frío no quitaba mucho. Así no había manera de llegar a cincuentón con sabañones. Cayeron como moscas. Lo que hoy no debe usted hacer es ponerse el Doctor Zhivago . Mejor, Lawrence de Arabia .  

Hay que salir y seguir. ¿Acaso la pícara Justina dejó de enseñar canalillo porque nevase? Ahora bien, a partir de cierta edad, kamikazerías con los achises las justas. Ya desde finales de septiembre, sin bufanda y marianos este servidor no escribe ni el título de su columna.  

En León, el frío extinguió a los mamuts, a los vikingos y al Club Nudista de Ponferrada. Pero fue hace mucho. No obstante, precaución. Abríguese usted, no se me vaya a poner malo. Un columnista sin lectores es como chimenea sin leña. Pese al castañeo de dientes, no se quede atemorizado en casa. De verdad, los pingüinos no muerden.

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