Diario de León

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Este verano voy a dedicárselo al western cinematográfico, género sobre el que muchos forjamos de críos nuestra concepción del héroe. Tengo nostalgia de cuando ganaba el bueno, vaya usted a saber por qué. He empezado con Raíces profundas (1953), dirigida por George Stevens y protagonizada por Alan Ladd, Van Heflin y Jean Arthur. ¿La recuerdan? La historia del pistolero vestido de blanco que llega a la granja de un matrimonio de humildes granjeros con un hijo pequeño, acosados por el cacique que desea su terreno. Huye de su pasado —quizá sería más exacto decir de sus pecados— y se entabla una doble fascinación, la de este por esa familia honrada y la de ellos hacia él, sobre todo por parte del niño. Una historia solo en apariencia sencilla, envuelta en ecos míticos. Ya no soy aquel chaval que la vio por primera vez, posiblemente tumbado sobre la alfombra del salón de casa. Los años te quitan inocencia y te dan percepción, en un misterioso trueque. Antes no comprendía por qué Shane permanece bajo la lluvia, en el porche de la casa, como también tardé en comprender por qué Ethan no traspasa la puerta en Centauros del desierto. Ciertas películas nunca se nos revelan de una sola vez. Raíces profundas me ha conmovido en las mías.

¿Queda algo del chaval qué fuimos o se fue para siempre, como Shane al final? Nosotros no las llamábamos westerns, sino del Oeste. Mis preferidas entonces eran en las que las cabelleras corrían peligro, pero hoy esta visión injusta y manipuladora de los indios me impide disfrutarlas como entonces, aunque no juzgo el pasado con criterios del presente. De crío solo conoces una clase de flechazos. Hay más.

El género dio numerosas obras maestras, pero también otras que fueron incomprendidas por innovadoras. Y sí, me gusta ver historias en las que gana el bueno, ya que en la vida real el caballo del malo corre más. Por supuesto, hace mucho que descubrí que el 7º de caballería eran los padres. «¿Y la chica?», me preguntará el lector romántico. Pues sí, las hubo de armas tomar. Pero de chaval no valoraba estas cuestiones. Una película que terminase con un beso la consideraba una traición. Claro que por aquel entonces ignoraba que no todos los flechazos son malos.

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