Diario de León

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Pues este juglar de columnas va a seguir llevando la mascarilla por la calle. Como la van a seguir llevando El Zorro y El Guerrero del Antifaz. Está muy bien que nos flexibilicen la norma de uso, pero ¿de qué nos vale si la irresponsabilidad egoísta de unos kamikazes se mantiene inflexible? La Policía Local ha denunciado al propietario de un bar en el Húmedo en cuyo interior había 205 personas, cuando debía haber 69. Ni siquiera pudo argumentar que a los trillizos los contabilizó como si fueran solo uno. Sería gracioso si no fuese alarmante. Y aún hubo más infracciones graves en la primera noche de adiós a la mascarilla en el exterior. No aspiro a ser el hombre más longevo de la ciudad, pero tampoco quisiera enfermar o morir por estupidez ajena. Seguiré, pues, con mi mascarilla por la calle, no por gusto sino por obligada prudencia. Y sonriente, pese a todo. Días atrás, la ministra de Sanidad, Carolina Arias ha proclamado en rueda de prensa: «Las mascarillas dejan paso de nuevo a la sonrisa (...), con distancia de seguridad, pero ahora son sonrisas visibles para todos nosotros». Personalmente, sigo siendo el sonriente circunspecto que era, soy y seré. Quizá vapuleado, pero no vencido. Con la mascarilla no estoy ocultando mi sonrisa, sino protegiéndola. No solo sonreímos con los labios, también con los ojos y las cejas, con las manos y hasta con silencios. Mi mujer dice que soy de flequillo risueño. Por supuesto, ni siquiera nuestras propias sonrisas son iguales entre sí. ¿Acaso lo son las lágrimas?

Por ello, más importante aún que la sonrisa como expresión puntual lo es como actitud permanente. No me estoy refiriendo al ande yo sonriente y fastídiese la gente, sino a una proclamación vital, ni siquiera vinculada a cómo te vaya. Nuestra sonrisa es compatible con el dolor, y este es uno de los grandes misterios de la existencia, que esta pandemia nos ha recordado.

Seguiré con la mascarilla puesta. En efecto, como El Zorro y como El Guerrero del Antifaz. Que verme con ella no le impida, lector, captar que le saludo con la mejor de mis sonrisas, pues no será mera cortesía. Pero si no termina de percibírmela, entonces, discúlpeme y le pido de corazón que se dé usted por sonreído.

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