Diario de León

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Les contaba hace días a unos amigos mi convicción después de tres largas décadas de columnista: si te pasas en la crítica, el lector se pone de parte del criticado, o por menos recela de ti. La justa medida forma parte de la verdad. Y hasta lo bueno cansa si es en demasía. Una noche de bodas es maravillosa, pero cuando el nuevo sultán de Turulustán se case mañana con las 3.500 esposas que le han sido asignadas, ¿alguien querría estar en su pijama en tal noche nupcial? Uf. Algo similar pasa con las discrepancias en política, donde sobra machaque facilón y falta calma. La ausencia de autocrítica irrita, pero también la negación de los logros ajenos. Precisamente, ahora estoy leyendo Vida de Esopo, un chocarrero texto del siglo XVI. ¿Quién no conoce algunas de sus fábulas, narraciones muy breves con moraleja, muchas de ellas protagonizadas por animales que encarnan virtudes y defectos de la condición humana? En el primer párrafo se nos describe así al fabulista frigio, quien vivió en el siglo VI a. C: «de imagen desagradable, inútil para el trabajo, tripudo, cabezón, chato, tartaja, negro, canijo, zancajoso, bracicorto, bizco, bigotudo, una ruina manifiesta». Con biógrafos así ¿quién necesita enemigos?, y eso que es pluma de monje. Por supuesto, hoy nadie consideraría un defecto la raza, salvo los energúmenos de siempre. «Al autor solo le quedó decir que era culé», estará pensando el erudito lector. Vale, pero uno ya solo con leer tal descripción se puso de parte de Esopo, quien era altivo como el león, astuto como el zorro, tranquilote como el gocho, tenaz como hormiga y sabio como el búho. Un esclavo, pero como le dijo su propietario, el filósofo Janto: «No sabía yo que había comprado al amo de sí mismo».

Ah, la ecuanimidad crítica. Ah, la medida objetiva en el aplauso. Ah, una quiniela de catorce. Pero en esto último, en mi caso, no hay nada que hacer: las rellena mi mujer y es del Barça. Me pregunto qué moraleja pondría Esopo.

Lo apodaron el feo, y le hicieron sufrir hasta el final. Pobre. Se tiró por un precipicio, porque decidió que a él no le condenaba a muerte nadie. Sus fábulas siguen siendo bellas. Cría cuervos y tendrás más, digo en su honor. Viva Esopo, el feo guapetón.

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