Diario de León

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Vale, afirmé que ya no iba a escribir más sobre Paquirrín, que en esta columna se le aplicaba el reservado el derecho de admisión. Pero el bochorno que me embarga empieza a tener más patas que un ciempiés, y él es una de ellas. La última declaración contra su madre lo han llevado hasta los puestos más altos del ranking del frikihorror, donde hay mucha competencia. El mozo ha hecho un circense más difícil todavía. «No la deseo ningún mal, pero mi madre estaría mejor en la cárcel que en Cantora», ha declarado. Y añade: «porque allí tendría tiempo para reflexionar sobre lo que ha hecho mal». Alguien tendría que explicarle que para la reflexión también sirven un balneario o un templo tibetano. Incluso es mano de santo que te den un respiro. Convertido en tendencia, anuncia pizza por la tele. Lo extraño hubiera sido que fuera la nueva imagen de los cursos de verano de la Universidad de Harvard, pero quizá no le pagarían tanto. Como finalmente el ADN certifique que no es hijo del torero, entonces, una vez superado su soponcio, se forrará aún más con una serie con secuela, precuela y lo que te rondaré morena. Lo de Darth Vader y su «Yo soy tu padre» va a ser calderilla. La máquina del escándalo funciona a paletadas de degradación personal, con un «más porquería, esto es la guerra». Una cosa es ser empalagosines como los de La Casa de la Pradera, tampoco hay que pasarse, y otra esta mansión de los horrores. La industria del envilecimiento no conoce la crisis. Y ahora vienen los otros. Teniendo estos aquelarres, ¿a quién le espanta Stephen King?

Leo que Michelle Obama reza para que «haya perdón» en la familia real británica. Pues, si no es mucho pedir, que incluya una plegaria más por la del hijo de la tonadillera, aunque en este caso nuestro se va a necesitar además un exorcista. Incluso, tres.

Es ya ídolo de masas; o sea, de audiencias. El efecto perverso de darle tanto protagonismo es evidente. Pero para algunos, entre los que me incluyo, el gore actual es hoy Paquirrín y su enriquecimiento escandaloso. La mera idea de tenerle de yerno, vecino o solo cerca pone los pelos de punta. Como diría Kurtz: «¡el hedor, el hedor!». Lo monstruoso ni se crea ni se destruye, solo se transforma.

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