Diario de León

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Algunos acaban de descubrir que en las novelas Le Carré no todo es ficción. Bien utilizado, el espionaje sirve para adelantarse a los malos y neutralizarlos. Es decir, ha de ser ante todo preventivo. Todos sabemos ahora que Putin está atacando Ucrania, lo importante hubiera sido saberlo cuando tuvo la primera idea. Y para eso, hay que espiar. Pues aquí, igual. Si mañana se produce un amago de escisión independentista, catalana o vasca, una maniobra extraña de un país extranjero… nos preguntaremos y con razón… ¿lo sabía el CNI? Otra cuestión es que los terrenos pantanosos —el espionaje lo es— exijan que quienes están al frente sean personas de una rectitud intachable, pero también muy resolutivas. No se me ocurren reproches a la ministra Margarita Robles, sí alguna pregunta. No le estoy concediendo patente de corso, simplemente, confío en ella y respeto la complejidad de sus responsabilidades. Del caso Pegasus me preocupa que los móviles del presidente del Gobierno y ministros, incluidos el de Robles, no sean seguros, pues lo de los pinchazos a los independentistas no me quita el sueño. A quienes sí ha de quitárselo es a los escuchas, pobres, cuánto plomo monotemático. En fin… ¿se ha quedado obsoleta la tecnología del CNI para impedir que los malos escuchen las conversaciones telefónicas del Gobierno? ¿Hay topos jugando a dos bandas en las empresas que venden programas? ¿El caballo informático del bueno ya no es el más rápido? ¿Tenemos enemigos en casa? Esto sí debe preocuparnos.

Los estados espían, como ya mucho antes lo hicieron las tribus. Hay documentado un pago a Cervantes por un trabajillo de espía en Orán en 1581, entonces española y hoy argelina. Al parecer, ahora es más fácil hackear bancos que conseguir que estos tengan aplicaciones sencillas para los más mayores. Vivimos sentados en un gran polvorín de megas.

Nunca he sido bueno con los chistes, pero hay uno que de chaval me gustaba contar y escenificar: «¿Es agente secreto?», le interrogan a un James Bond detenido… y este se encoge de hombros, menea la cabeza y dice cantarín: «aaah….» O sea, adivínalo, si te lo digo no tiene gracia. Nuestro temor ha de ser al enemigo y a si su caballo corre más. Al malo veloz y feroz.

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