Diario de León

Creado:

Actualizado:

Por la boca mueren el pez y algún juez. «Los epidemiólogos son médicos de cabecera que han hecho un cursillo», había afirmado en Radio Popular el magistrado Luis Ángel Garrido, presidente de la sala de lo contencioso-administrativo del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. Enseguida, ante la indignación provocada, salvo en Vox y en la tropa negacionista, se vio forzado a dar una explicación, aunque la suya no llegaba a serlo: «surgieron en el fragor de la tertulia». Caramba, pensé, pues sí que se acalora con facilidad quien se supone que ha de ser ejemplo de contención verbal, entre otras muchas de esas virtudes que caracterizan a los magistrados, al menos en las películas de juicios. Según el diccionario de la RAE, fragor es un «ruido estruendoso». Desde luego, se escuchó en todas partes, como el volcán Krakatoa. Tampoco un juez —tengo varios en la familia— es un abogado que tuvo suerte con los temas de la oposición. Suyo fue el auto para reabrir bares y restaurantes en el País Vasco, ante el estupor generalizado, y no solo de los del cursillo. Ay, el pez. Ay, el río. En su perfil de WhatsApp figura : «No más confinamientos», guiño a una canción de Van Morrison. Y de Atila, supongo.

Pero mientras escribo llega la noticia de su rectificación. «Entiendo que los sanitarios epidemiólogos se hayan sentido ofendidos por una expresión desafortunada en una tertulia radiofónica, una expresión que no se corresponde con lo que realmente pienso sobre los profesionales especializados en epidemiología, a los que reconozco su acreditada formación y su importante labor, especialmente en la situación actual que padecemos». El pez había picado. Y rectificar es de jueces.

Por la boca muere el pez, o no. El ser humano siempre puede liberarse de su propio anzuelo. Hay unas bellas palabras del padre Brown, el cura detective ideado por Chesterton, acerca de los misteriosos caminos para que ocurra aquello que Él desea que ocurra: «le cogí —al ladrón— con un anzuelo y una caña invisible, lo bastantes largos como para dejarle caminar hasta el fin del mundo y hacerle regresar con un tirón del hilo». En fin, solo soy un juglar de columnas. Y como dijo el papa Francisco: «¿quién soy yo para juzgar?».

tracking