Diario de León

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Ayer fui vacunado con mi primera dosis de Astra Zeneca. «¡Qué valiente! ¿No le da miedo?», me dirá el lector aprensivo. Ninguno. La probabilidad de sufrir efectos secundarios es la misma de que su perro en vez de ladrar le espete: «¿Aquí hoy no se orina?». No es imposible, pero sí inusual. De momento, sin novedad en la frente. No me han salido tentáculos, tampoco me he hecho del Barça o me he transformado en la niña de El exorcista. Estoy como siempre, pero más tranquilo. Y muy agradecido. ¿Valor? Simplemente, mis miedos eran y son otros. ¿Quieren una lista? Aquí van algunos de ellos: a comprender a destiempo lo esencial, a la ingratitud —a la de los demás y a la mía—, a herir… a rendirme… pero todo lo que dependa de la ciencia médica me inspira confianza, es la condición humana la que me atemoriza, pues tenemos nuestros días malos. Por supuesto, me provocan temblores de indignación quienes siguen fumando en la calle, se quitan la mascarilla en las terrazas o van a botellones. Y para esto no hay inyección posible, ni pastilla, ni gotas ni supositorio. No sé si las poderosas empresas farmacéuticas son fiables, posiblemente no del todo, pero sí creo en el sistema sanitario público español. Creo en muchas personas, conocidas y anónimas. Y en mi hijo. Y en la democracia. Y en mi fe. Y en esa lectora que me paró el otro día por la calle, que quizá hoy lea esto. No, no tengo miedo a una vacuna. La probabilidad de sufrir un efecto secundario es la misma a que paseando por Ordoño me abduzcan los extraterrestres. Además, tendrían que hacerlo muy bien para que mi mujer no lo notase y no me atizara presto con algo que me hiciese volver en mí.

¿Miedo a la remota probabilidad de un efecto secundario? Otros son mis temblores y otros mis fantasmas. Precisamente, escribo no solo para alejarlos de mí, también ojalá de ti, aunque sea por un rato. Con la ayuda del humor, del amor y del milagro.

Para hacer más llevadera la espera en la cola, cogí al azar un libro de mi biblioteca: «Los que no volvieron», de Carlos Sampelayo, un recuerdo sobre españoles que murieron en el exilio. Este juglar de columnas, sí podrá volver a por su segunda dosis. Sin tentáculos y sin haberme hecho del Barça.

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