Diario de León

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Ah, qué tiempos aquellos en que un «animal mediático» era alguien que sabía mucho de algo. No hace tanto, España quedaba paralizada para ver a Rodríguez de la Fuente hablar sobre el ornitorrinco. Ahora, la fauna televisiva imperante es más fiera: Paquirrín hincándole el diente a su madre. El espectáculo logra petar aún más las audiencias. En fin, aquello de ver al leopardo zamparse una gacela viva resulta ya poco sangriento. Durante años, el mozuelo ha sido inspiración para este juglar de columnas. Hasta aquí he llegado. Ni una más, me busco otro muso. Sé que no es la primera vez que lo proclamo, y luego no lo cumplo. Mi carne de columnista es AL TRASLUZ EDUARDO AGUIRRE Empachado de Paquirrín débil. Pero se acabó. ¿En qué momento nuestro ocio televisivo se desvió hasta llegar al lamentable espectáculo de un hijo descalificando a su madre? A esta oveja negra le chirría el cencerro. Dicen que es el nuevo animal mediático, de la especie caja registradora. Su éxito retrata la depravación alcanzada por este modelo de entretenimiento, pero también de una sociedad que engulle todo lo que se la pone en el plató y en el plato. No estoy abogando por menos Paquirrín y más Platón, simplemente, por un ocio televisivo que no animalice, pues la decadencia de nuestra cultura popular es un problema de todos. «Soy de letras», declaró recientemente. Un colega, vamos. Y Cervantes, en cambio, tuvo que dedicarse a los números porque con la pluma no le llegaba. No somos nadie, habrá suspirado socarrón don Miguel desde su celestial parnaso.

Cuando como espectadores primamos un estilo de programa sobre otros no es solo una decisión individual nuestra, pues tiene consecuencias colectivas: fortalecemos unas concepciones y otras las debilitamos. Hay excelentes profesionales que se ven arrinconados por no ser animales mediáticos, según el canon de esta jungla. El mozo está sentando cátedra peligrosa, habida cuenta que su candelero obliga a superarse en lo deleznable. El otro día difundió un video vestido de blanco, a lo gran Gatsby, pero hasta los efectos especiales tienen sus limitaciones. «Estoy mentalmente destrozado», anunciaba. Le creo, y sin necesidad de polígrafo. Ni una línea más sobre el desde ahora innombrable. Tengo empacho. Se busca muso, razón aquí.

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