Diario de León

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He sacado de mi biblioteca todos libros, para colocarlos en un nuevo orden. Inesperadamente, apareció uno que daba ya por perdido: Cuentos modulados con frecuencia , de la villafranquina Carmen García Arias. ¿Cómo iba a localizarlo allí, en los estantes sobre la guerra civil? Lo abracé más que cogerlo. Algunas deudas son tatuajes, y esta es una de ellas. Una tarde, a finales de los ochenta, en la redacción de Lucas de Tuy, apareció una mujer ya mayor, con un libro. Pelo blanco, ojos azules. Me preguntó si podía escribirle una reseña sobre su obra. Le dije que me disponía a maquetar y no la podía atender. Tras sonreír, salió. Algo —¿la conciencia?— me hizo correr en su busca. La alcancé en la escalera: «Lo leo y si me gusta escribiré sobre él, ¿le parece?». Asintió agradecida. Pero nunca llegué a leer más de dos o tres cuentos, pese a que me gustaban. Unas veces, porque no tenía tiempo; otras, no lograba encontrarlo. Durante otra ordenación, lo localicé… pero volvió a pasar: tres o cuatro cuentos, y desapareció de tan bien guardado. Recuerdo haber escrito ya aquí de esto. Supongo que habrá fallecido hace mucho, pero nunca olvidé mi promesa e incumplirla me pesaba. Esta vez, lo tapaban dos fornidos tomos: uno, sobre la batalla de Teruel; otro, las memorias de un preboste. Cuentos modulados con frecuencia ha irrumpido como una deuda, pero aún más como una oportunidad para saldarla. Contiene humor, delicadeza, compasión… y saber. Ella no podrá leérmelo. Llego tarde.

No debí decirle que escribiría solo si me gustaba, pues el oro es una mujer mayor que se persona en una redacción con su libro de cuentos. No lo supe ver. Anoche, indagando di con elogios hacia su bondad de Carnicer y de Pereira. Y entonces comprendí: no era la reseña, sino estar en la redacción. El marido había sido periodista, ella misma publicó en revistas para españoles en Buenos Aires.

Figura impreso en Argentina, país al que llegó 1939, para trabajar en el Consulado General. Intuyo que hubo un exilio doloroso, si bien su narrativa transmite tierno conservadurismo. Quizá, pues, no estuviese tan mal colocado su libro en el estante. Perdóneme doña Carmen. Si coincidimos en la otra vida, ¿querrá dedicármelo?

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