Diario de León

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Mi mujer está muy afectada con la salida de Messi. Como ya he expresado en numerosas ocasiones, intento liberarla cada día de tal lado oscuro, que vea la luz y se haga del Real Madrid.  No puedo decir que su conversión esté al caer. Esto mío, además de muy sacrificado resulta agotador.  Si me canso no desisto, cambio de estrategia: «Cuando me fui tres días a Toledo a ver a mí tía no te afectó tanto», la dije ayer. Y me contestó: «Muy bonita aquella postal que se te olvidó mandarme». Tras el descanso, volví a la carga: «Me han dicho que en París al cruasán lo llaman croissant, ya son ganas de complicarlo». Pero sigue con el blues de Messi, como si el equipo fuera nuestro. Una lagrimita, vale. Unos kleenex, pasen. Pero esto ya es demasié.  Volví a la carga: «En solo 24 horas el jugador pasó del sniff, sniff de su rueda de prensa española al me siento muy feliz de la francesa». Pinché en hueso. Probé, pues, con tirar más a puerta: «Y a mí me dolió ver partir a Mary Poppins, eso sí que fue un adiós traumático… en la infancia, que duele más».  No hubo gol. La consuelo: «No te angusties por haberos quedado a dos velas. Si el equipo baja a Segunda, en el infierno tampoco se está tan mal. Ahora, dejan tener botijo». Admitámoslo, para entender de este deporte basta con la ciencia infusa. Llegados a este punto, debo aclarar que a mí no me gusta el fútbol. Quien me gusta es mi mujer.

«Hazte del Madrid, vente a la luz», la insistí de nuevo. Y ella me espetó lapidaria: «No, que está muy caro el kilovatio hora».  Ah, chispa que no falte. Cuando llegue la factura nos acordaremos juntos de Edison, padre —o uno de ellos— de la bombilla. Incomprensible que esté a precio de caviar.  Como lo es que la marcha de Messi sea la madre de todos los apagones. Camisetas también vende Paquirín.

Mientras en París, Messi se está preguntando quién es ese tal Obelix y por qué lleva un menhir a la espalda. «Están locos estos franceses», pensará. Lo siento por el pibe. Pero llorar, ya no llora. Escuché a mi mujer canturrear en el salón, mientras escribía la columna. Esta es la mía, me dije. No lo fue. No importa. «¿Y no será más práctico hacerte tú del Barça?», me pregunta un amigo culé. A ver si para el siglo XXII.

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