Diario de León

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Llamé a una amiga nonagenaria para desearle felices navidades. Se me podrá decir que la palabra amiga no es la más exacta, por nuestra gran diferencia de edad. ¿Qué importancia tiene la terminología? El corazón entiende. Si la quiero es mi amiga. Y en casa nos sentimos muy queridos por ella. Además, nos lo dice cada vez que nos topamos en la calle, porque proclamarlo es uno de los derechos de ser mayor. A sus 92 años está perfecta de cabeza y con buena salud. Una mujer bondadosa, viuda de un hombre bueno. En nuestra conversación telefónica nos interesamos mutuamente acerca de cómo íbamos a pasar las fiestas. Qué envidiable serenidad. Y cuando en la despedida le expresé el deseo de que pasará unos días muy felices me dijo con su habitual dulzura: «Gracias, pero yo ya no creo en la felicidad». No había amargura alguna en sus palabras, simplemente, dijo la verdad a alguien al que saca treinta años. Para ella, ser feliz era estar con su marido. Al colgar, sus palabras siguieron zigzagueándome durante días. Hasta que las comprendí: no espera ni busca ya ser feliz, pero desea que los demás lo seamos. Nada anhela para sí. Ahora, os toca a vosotros, me estaba diciendo. No lo confundamos con mero pesimismo, al contrario, es generosa renuncia a la parte que le pueda corresponder de la misma, pues ya la tuvo. Algún día, lector, cuando recordemos las pruebas a las que fuimos sometidos quizá comprendamos que también formaron parte de nuestra dicha.

Una de las características del ser humano es que comprendemos a destiempo. Por mucho que ames a tus padres, una tarde —cuando ya no están— comprendes algo maravilloso de ellos que no habías advertido. Y en esa comprensión tardía, les comprendes y te comprendes, descubres que el cofre del tesoro siempre estuvo ahí y que aún está. Posiblemente, con una pareja que se ama ocurra lo mismo. Tan misteriosa como la muerte lo es la vida.

Qué año tan extraño este, plagado de dolor y de grandeza. Pese a todo, añoraré los kilómetros y kilómetros que he hecho en el pasillo de casa, con mi mujer. Mientras lo recorremos, le cuento mis memorias apócrifas, pues las otras ya se las sabe. Nos reímos. Y esto algún día también lo recordaremos como felicidad.

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