Diario de León

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Hay clásicos de nuestra literatura que, aunque tengas el libro en tu biblioteca, vas aplazando su lectura. «Lo fui dejando, lo fui dejando»… decimos con vergüenza, como si se tratase del callista. Por fin, este verano he saldo cuentas pendientes con varios de ellos. Qué pena no haberlos disfrutado antes. Qué maravillas. Mientras espero fecha para una operación de cataratas, he leído La Celestina , ejemplo mayor de mi irlo dejando. «Homero tampoco leyó esta obra y no le pasó nada», me dirá un joven pragmático. Ya, pero allí donde él está seguro que la tiene en su tablet. «¿ La Celestina es esa en la que Romeo le dice a Julieta en un sofá lo de la apartada orilla?», se preguntará el mozo de antes. Apartada sí, pero no tanto. En fin, una joya de la que Cervantes afirmó que sería un libro «divino, si encubriera más lo humano». Volveré a leerla, pues los clásicos nos invitan a su relectura. De momento, deuda saldada. Russell, Martín de Riquer y Lida de Malkiel ya pueden tacharme —allá arriba— de su lista. Y mi padre, quien siempre llevó en su corazón de filólogo la obra de Fernando de Rojas, junto al Quijote y al Lazarillo . No se trata de hacer muescas en la culata lectora, sino de disfrutar con los tesoros de nuestra cultura. Qué gran labor realizan las facultades de Filología, formadoras de futuros docentes, pero también de escritores y de buenos lectores. En fin, lo fui dejando, lo fui dejando. Tampoco he comido gusanos y dicen que están ricos, aunque tal comprobación voy a seguir aplazándola unas reencarnaciones más. Uf.

Y lo mismo, con el cine. El otro día vi un Kurosawa muchas veces aplazado, por su largo metraje: Barbarroja . Otra joya. Por supuesto, nadie puede visionarlo todo, has de jerarquizar. Aunque, aquella de Joselito que se me escapó en la infancia puede seguir en busca y captura. Visionar por visionar, tampoco. Uf.

«Tengo 110 años y siempre he querido leer La Lozana andaluza, mis padres no me dejaron por ser libro picarón, luego lo fui dejando, lo fui dejando… hasta hoy… ¿es demasiado tarde para hincarle el diente?», preguntará el bisabuelo del mozo de arriba. No, adelante. Y si fallece en el intento no se preocupe. Allí arriba, puede pedírsela a Homero, seguro que la tiene.

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