Diario de León

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Cuando nuestros académicos José María Merino y Salvador Gutiérrez impartan sus respectivas conferencias en las jornadas cervantinas que ha programado la RAE tendrán, sin duda, entre los oyentes al ahora feliz ectoplasma de Emilia Pardo Bazán (1852-1921), a quien la docta casa rechazó —tres veces— solo por ser mujer. La actual Academia la ha reconocido un asiento simbólico. A aquella arbitrariedad vino a sumarse la oposición de prebostes de la Universidad Central —hoy Complutense— a que pudiese ser catedrática de Literatura Contemporánea de las Lenguas Neolatinas . De nuevo, se aceptaba su valía como escritora e intelectual, pero no su sexo. En 1916, accedió «a la madriguera de su cátedra», la primera en España ocupada por una mujer. También despertó recelos la materia docente, que en Europa ya se impartía. Les debió de parecer una enseñanza sicalíptica. Este segundo ninguneo machista nos lo detalla José Manuel Lucía, catedrático de Filología Románica, en su libro Defensa de lo contemporáneo (Guillermo Escolar Editor), que les recomiendo. Sin embargo, sus cuestionadores no eran machistas analfabetos, sino élite del conocimiento. Ah, la cortedad de los lumbreras. La obra contiene un desagravio a la autora, pero también una proclamación de amor a unas Letras que deben ser modelos tanto de solidez contrastada como de apertura a lo nuevo.

Quiso iniciar a la juventud en la crítica de la literatura contemporánea, para perplejidad de quienes creían que la filología ha de tener telarañas. Al no ser asignatura obligatoria, apenas le asistieron alumnos. Un curso solo le fue uno. Pobre España.

Valera ironizó que la forma de disuadir a doña Emilia era mostrarla el tamaño de los sillones de la Academia. Zafio chiste machista. Tampoco Menéndez Pelayo, Pidal u Ortega supieron apreciar la innovación feminista que traía. No eres sabio por saber mucho de algo, si ignoras lo que hace mejor a tu sociedad. El ensayo de Lucía resulta muy ameno, con anexos de interés. Aquel cerrilismo de los más cultos nos parece hoy tan grotesco que basta con dejar a los documentos hablar… o peor aún, llorar. En 1977, Carmen Conde fue la primera mujer académica. Mucho mejor esta España, aun con asignaturas pendientes.

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