Diario de León

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Este agosto voy a veranear en mí mismo. No me quejo, leer y escribir son modalidades de navegación. Y a nadie su propio interior le queda cerca. Me quedan unas páginas de  El médico y el viajero. Calma en los tiempos del virus  (Ediciones Torres), de Jesús Epalza y Luis Miguel De Luis. Un libro ideado en León, pero su geografía abarca al ser humano. Epalza es psicólogo y poeta, en este segundo registro firma como Salvador Negro. De Luis es médico y psicoanalista, con amplias inquietudes culturales. La obra está planteada como un diálogo epistolar. Pisan las mismas calles, pero sus cielos son distintos. Comparten aficiones, pero las perciben de forma tan diferente como podrían hacerlo Voltaire y Van Gogh. Quizá en esto radique uno de los atractivos de este libro experimental. Pese a ello, no estamos ante una obra sobre discrepancias ideológicas, sino acerca de diferencias vitales. Dos vidas, dos cosmos. «En mis viajes no he marchado a saber, sino a no saber», escribe Epalza desde su cristianismo reflexivo. El mundo de su interlocutor es agnóstico y racional. De Luis es culto, Epalza es cultura. No conozco personalmente al médico, sí al viajero. Sin duda, la voz de Epalza/Negro es una de las más valiosas de nuestras letras, no solo de las leonesas. Como suele suceder, su presencia es ninguneada en los cotarros locales, allá ellos. Pero qué luminosa invisibilidad la suya. Ahora, desde la prosa, nos habla del «viaje inamovible».

En mi lectura me topo conmigo mismo —leer es viaja—, pues cuenta Epalza que cuando estaba en Perú, como profesor en un taller de poesía y residiendo en el barrio más pobre del extrarradio, recibió un correo mío para pedirle que prologase mi Blues de Cervantes, ensayo en el que me reafirmo en la hoy cuestionada pobreza del escritor alcalaíno. Y allí, entre los más pobres, me escribió un bello prólogo poema sobre todas las pobrezas.

El médico y el viajero  no es de fácil lectura, ¿por qué habría de serlo? Va creciendo en ti a medida que sus dos voces van quedando posicionadas en sus respectivos cosmos. En efecto, pisan las mismas calles, pero viven bajo cielos distintos. Tan diferentes como don Quijote y Sancho. O quizá no lo sean. Es tan misteriosa la vida…

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