Diario de León

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Iba paseando por León con mi hermana Almudena, llegada de Texas, donde vive. Me metí en una tienda a comprar hortalizas para un pisto, plato de nuestra madre y que ahora a mí no se me da mal. Mientras me esperaba en la puerta, inició una conversación con una desconocida de pelo canoso que acaba de salir de la misma, con bolsas en la mano. «Esto va a terminar muy mal… me recuerda a 1941…», le dijo a mi hermana. «En mi pueblo hubo una persona que cambió diez hogazas por tierra, del hambre que tenían», le contó y añadió: «¡Ahora hay familias que se endeudan para irse de vacaciones!». Mi hermana escuchó con simpatía. Se despidieron cordiales, pese a solo conocerse desde hacía minutos. Ah, el siglo XXI. Nosotros no habíamos nacido en 1941 y nuestros padres eran aún críos pendientes de conocerse, pero el mundo ya giraba hacia una gran guerra. España era un país con heridas profundas e infectadas. Cuántas cosas tuvieron que ocurrir, y que no ocurrir, para que ayer estuviéramos hablando de alguien que recordaba con preocupación la dureza de aquella década. ¿Es una visión catastrofista que nuestro presente le recuerde penalidades vividas entonces? Es la suya y, sin duda, ella querría tener una mejor. Le pregunté a mi hermana qué les había llevado a iniciar la conversación, si no se conocían. «Nos miramos a los ojos y comenzamos a hablar», me explicó. Es una buena razón, tan ancestral como el lenguaje. Me vino a la memoria una balada de Willie Nelson que me gusta canturrear, en cuyo estribillo proclama: «Recuerda los buenos tiempos/ son más pequeños en número y más fácil de recordar». Recordémoslos, pues. Y aunque el corazón a veces se lía con el debe y el haber, finalmente las cuentas le cuadran. Vale, más o menos.

Sí, hay indicios de que algo puede estar derrumbándose en el mundo. No soy optimista respecto a las soluciones, pero no perdamos toda esperanza …aún es posible conversar en la calle con una desconocida y no percibirla como a una extraña.

«¿Estaba rico el pisto?», me preguntará el lector que prefiere columnas con final feliz. Repetimos, algo ha de significar. Pero lo mejor, la compañía. Queda, pues, incorporado a mi lista de buenos recuerdos. Nuestros padres nos miraban a los ojos.

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