Diario de León

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Hablemos hoy de ese vino añejo llamado amistad. El martes, nuestro querido amigo Luis García Zurdo tendrá una calle en el Campus, como ya les avancé en la columna pasada. Estaré allí, pues él también estará. Alguna vez he escrito que es una gran bendición tener amigos mucho mayores que tú, aunque el precio a pagar sea verlos partir. En el territorio de las emociones, cada tesoro suele conllevar una pena. Sea, pues. Ahora uno mismo tiene amigos y amigas muy jóvenes, ¿no es curioso el ciclo? Demasiado a menudo los reconocimientos institucionales resultan huecos o tardíos, incluso siendo bienintencionados. Este del Ayuntamiento de León es precioso y justo. Una calle en el Campus, en proximidad a otras dedicadas a personas tan ilustres por razón y sentir, por conducta y generosidad, como González Vecín y Cordero del Campillo, no es homenaje menor. Los tres tienen en común además de su prestigio profesional la reputación de haber sido buenos. González Vecín era querido por todos, lo recuerdo perfectamente. ¿Y don Miguel? Lo mismo. Y Luis. Personas buenas tratando siempre de hacer el bien. Como soy de un estilo algo anacrónico, aún creo que hay una misteriosa relación entre la excelencia profesional y la personal. Solo soy un juglar de columnas y no estoy sentando cátedra en este tema, simplemente, canto mis intuiciones. El arte de este leonés, tanto en sus vidrieras como en la pintura o en la escultura, era el reflejo de su enorme corazón. Y este no es el que tiene más tamaño sino el que bombea mejores sentimientos, respaldados en reflexión. Qué suerte haber coincidido tantos años con él. Por supuesto, él era el caballero y uno solo otro de sus escuderos, pero haberlo sido lo tengo por una de esas bendiciones que me niego a llamar suerte.

Hasta hace muy poco, creía ya que no necesitaba nuevos amigos, que bastaba con los que tengo y tuve. Me equivocaba, nunca tienes suficientes. Además, una amistad nunca reemplaza a otra. No funciona así.

El callejero de León se hará más luminoso el martes. Los viejos amigos nos hacen sentir más jóvenes, pues nos enlazan con todo aquello que el tiempo no ha endurecido en nosotros. Nos mantienen niños. Siempre están a tu lado, incluso tras haber partido.

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