Diario de León

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Nuestros poetas iban a leer este sábado pasado en el Parque de Quevedo versos de sus colegas fallecidos, en el siglo XX y XXI, pero las bajas temperaturas les llevaron a trasladar el acto a la Biblioteca Cronista Luis Pastrana. Hicieron bien. Recitar junto a la escultura del maestro era —a priori— lugar ideal, pero tampoco había que inmolarse en un harakiri colectivo. Nuestro frío corta tal katana de samurai. A Quevedo hubieron de escapársele toses y maldiciones en su gélida celda de San Marcos. Y achís tiene mal rima, incluso para él. Nadie llegó a concretarle el motivo exacto de su encarcelamiento, ni él adivinarlo, pues razones pudo haber varias. Estuvo desde diciembre de 1639 a junio de 1643. Cuando entró tenía ya 61 inviernos encima, pero ninguno de ellos de nueve meses y medio, como los que aquí padeció. Por prudencia, de tan amarga pérdida de libertad apenas dejó rastro directo en su obra, aunque sí indirecto.  

Entre barrotes hubo de llegarle la noticia de la muerte de doña Esperanza, su exesposa. Fue un matrimonio muy corto, casados en 1634 a los dos meses dejaban de convivir y se divorciaron dos años después. Debieron de echar chispas, pero no de pasión. Por cierto, la escultura del parque carece de quevedos, es decir, de sus gafas. También, Cervantes ya anciano le prestó en un recital sus lentes a Lope y este los calificó de «huevos estrellados mal hechos». Mi suegro, Juan Manuel Roa, escribió un artículo en Tierras de León denunciando tal olvido, que calificó de «Herejía iconográfica y quevedesca». Por dos veces, en un entrañable arrebato de justicia poética y oftalmológica, valiéndose de su destreza de cirujano, le hizo unos lentes con alambre y se los colocó cuando nadie, salvo un nieto, miraba. Duraron menos que el matrimonio del poeta.  

Y sí, hubiese sido terrible que el gremio leonés de la poesía se nos acatarrase al unísono. Bromas aparte, qué gran iniciativa la de Pinto y Merayo: honrar a quienes padecieron frío antes.  

Cuando paso por delante del hoy parador, tantos meses cerrado, me viene a la mente el consejo de Rilke al joven poeta: «Paciencia lo es todo». Tengámosla, el invierno no ha llegado aún y ya hiere con zarpa de fiera. Y achís, ay, solo rima con mecachis.

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