Diario de León

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Me dicen en casa que un señor rollizo y vestido de rojo ha entrado por la chimenea y me ha dejado un libro en el salón. Caramba, es la edición crítica de Novelas Ejemplares, realizada por García López para la RAE. Uno de los barbas azules cervantinos —ese es el color de la colección— que me faltaba. Se lo habrán soplado las cookies. Manejo la excelente de Montero Reguera (Penguin), pero a quienes tenemos estos vicios nos gusta conocer interpretaciones distintas. «Más asombroso es lo mío que soy republicano y los reyes magos no me lo tienen en cuenta», dirá Rufián. Efectivamente, lo es. Leo en las primeras líneas que se encontraba ya en «edad avanzada» cuando publicó en 1613 el libro. Tenía 66 abriles, dos más que quien esto escribe. Algo prehistórico sí que me encuentro, pero lo importante es seguir avanzado y que usted lo lea. Don Miguel ya era un viejo para los parámetros biológicos de la época cuando en 1605 publicó la primera entrega del Quijote, pues la gente tenía la costumbre de morirse antes. Precisamente, escribo en estos días sobre la relación entre la edad del escritor y su mayor obra maestra. Antes el tiempo les daba para todo, pues la infancia duraba un santiamén y la adolescencia un fin de semana. ¿No es asombroso que ahora estemos nosotros aquí? ¡Cuántos esquinazos a la parca hubieron de darle nuestros antepasados, antes de que les diese alcance! Somos su misión, o lo que aún queda por cumplir. Me gusta que García López dedique su texto a sus padres. Ah, la vida. El más ejemplar de los regalos es haber llegado, aun exhaustos. Pero no basta con estar vivo por fuera, también hay que estarlo por dentro. Un día sin amor es solo calendario.

Recibo un mensaje de voz de mi primo Santiago y me dice que «me he mantenido». Quiere decir que algo del niño que conoció que aún sigue vivo en mí, y si lo capta es porque también el suyo no ha desaparecido. No todo nos ha quedado en el camino. ¿verdad, lector? Algo de lo que nos fue inculcado aún permanece.

Coloco Novelas Ejemplares junto a los otros barba azules. Gracias, señor rollizo de rojo. Todo un detalle el suyo. Un momento… qué extraño… ¡si no tengo chimenea! Bueno, no importa. El niño que fui aún cree que los milagros.

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