Diario de León

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Uno ya ha agotado la partida anual para vicios, pero de no haberlo hecho me desplazaría este julio hasta El Toboso para asistir al I Congreso Internacional sobre Dulcinea. «Qué vergüenza, pegársela a don Quijote con la sin par…», habrá saltado ya mi lector impulsivo. No, hombre, me refiero a otra clase de debilidades: además de los gastos propios de la matriculación y de una estancia de tres jornadas en otra localidad me vendría con un quesazo manchego. Qué menos. Los congresistas se dejan sus reales. Y en la próxima edición se dejarán aún más, pues quienes se llevaron uno repetirán la compra y otro más para el cuñado. Así funciona. León también cogerá nueva vidilla cuando seamos ciudad de congresos. «Oye, ¿ese de ahí no es Einstein?», nos preguntaremos emocionados por la calle. Será un ir de sorpresa en sorpresa. «No te lo vas a creer con quién me he hecho un selfi», entraremos felices en casa.

Y unos, nos los haremos con Cervantes y otros con Jennifer López, o con los dos. Lo que importa es que los congresistas hagan compras. Por supuesto, nuestro comercio tendrá que alterar un poco sus horarios, algo medievales. ¿Se va ir Aristóteles sin una cuña de cecina porque a las 9 de la mañana no encontró comercio abierto?

A su vez, deben hacerse reclamos de ocio que no se puedan rechazar. Los congresistas gastan en tiendas, taxis, restaurantes y hasta en farmacia. Ya no se lleva lo del erudito recluido en su habitación del hotel, con un bocadillo de mortadela. Les gusta no solo darse caprichos, también llevárselos a los demás. Nada de a las 10 en la cama, porque al día siguiente se vaya a impartir una lección magistral. Todos a darle al morcilleo y al karaoke. Y si hay que organizarle una cencerrada a un Nobel se le organiza. Saber y juerga, debería ser nuestro lema como ciudad de congresos.

Ahora bien, sin desdeñar las posibilidades de los congresos online , los vicios se disfrutan más en la modalidad presencial. No estoy abogando por convertirnos en una sucursal de Las Vegas. Simplemente, primero filosofar, después vivir. ¿Hace un karaoke, Aristóteles? Y él contestaría: «Por supuesto, pero antes quiero pasarme a comprar un picadillo para Schopenhauer». En efecto, León es maravilloso.

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