Diario de León

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Solo he necesitado una vez en mi vida un letrado y recorrí a Azucena González Coronado, quien acaba de fallecer. Aunque han pasado muchos años desde aquello, en casa nunca hemos dejado de sentirla muy próxima a nosotros, pues también mi mujer, mucho antes, fue en quien confió para un papeleo legal relacionado con nuestra boda. Se conocían desde el colegio. Una de las improntas de su trato era la sonrisa, junto con la dulzura de su voz. Cruzarse con ella era uno de los regalos que la calle Gran Vía de San Marcos te hacía, porque con ciertas personas los saludos no son nunca meros formulismos. Desde la naturalidad, transmitía honradez y firmeza. Feminista, pero en las antípodas de quienes creen que este consiste en emular las maneras más belicosas de lo masculino. Su modelo de abogacía era serio y muy cercano. Trabajó en el despacho de la calle Atocha que fue objeto de una matanza terrorista, por la extrema derecha. Ejemplo de compromiso ideológico, este lo empezaba por su propia conducta. Era auténtica. Sí, que sonrisa tan dulce. Y qué cálida e inconfundible su voz. Luchó con tesón para que se reconociese la importancia social del turno de oficio. Tierna, fuerte y luminosa. Se la quería mucho. Y lo dice quien, como escribí, solo ha necesitado una vez asistencia jurídica. Pero ella fue mi primera y única elección, de la que nunca me arrepentí.

Mando desde aquí mi pésame a todos los suyos. Especialmente a sus hijos, Tania y Eduardo. Y a Samuel, su pareja. En el tanatorio, conocí a su nieto Yassín, del que tanto nos hablaba. Me gusto decirle lo especial que era su abuela. Como la de los cuentos.

No fui, pues, el mejor cliente de su despacho, pero los lazos de simpatía mutua fueron para siempre. Solamente una vez. Y nada más, que dirían Los Panchos. Positiva y muy simpática. Elegante por fuera y por dentro, de acuerdo a una personalísima estética personal, que no se doblegaba a convencionalismos impuestos. Era refinada y mágica. También esto me gustó decírselo a su hijo, en el tanatorio. Adiós, Azucena. Lo previsible es que algún día, allá arriba, vuelva a necesitar de tus grandes conocimientos, esta vez en el turno de oficio. Gracias, por adelantado. Fuiste y eres un ángel del Derecho.

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