Diario de León

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Me llegué hasta la recuperada Peña de la Fortuna, a la vera del río Omaña. Durante mucho tiempo ha estado cubierta por desidias y malezas, como consecuencia de la construcción de una carretera. Según la tradición, si tirabas una piedra y caía sobre la parte superior, que es plana y con forma de mesa, tendrías un año afortunado. ¿Y de no acertar? Entonces, mejor te quedabas escondido en casa. Vale, en la Fontana di Trevi lo hacen con monedas, pero las piedrinas no dejan de ser los reales de la Prehistoria. Así lo hice, tiré una y acerté. Habrá quien diga: «Para peña, la Cultu. Y para las otras ya tiene uno bastante con las del riñón». No soy supersticioso, pero tampoco ingenuo. Dejé claro que a mí no me venga con un cartón de Fortuna, pues no fumo. Ni con una edición de Fortuna y Jacinta, porque ya la tengo y en pasta dura.  

Tampoco exijo llegar a casa y encontrarme un yate en el salón, me conformo con una alegría sin trampa. Además, me siento unido a Trascastro por fraternidad con mi amiga Esther Bajo. Algo contará a mi favor, ¿no? Volveré, que dijo McArtur. No exijo que sea con chófer. Insisto, me basta con una alegría. O dos, si son pequeñas.  

En estos días, descanso con una lectura liviana y jocosa: El Chapiro verde, novela de Pérez Zúñiga, publicada en 1930. Pero como la sombra de lo cervantino es alargada, me encuentro en sus páginas con dos personajes, un padre y una hija, que han de buscar en el pueblo a quien sea capaz de escribir una carta, sin provocar bochorno gramática. Él le pide a ella que no se entere la madre: «porque la encontraría disparatada, aunque estuviese mejor escrita que don Pijote de la Pancha, como la llama la médica, que habla tan mal como tú, a la obra inmortal de Cánovas Cervantes». La retranca de aquella sociedad quedaría mancillada, aunque no destruida, por el antihumor de la guerra, que aún lastra.  

De piedra está construida la Catedral. Y de piedra han de ser tanto la cama como la cabecera, según cantaba Cuco Sánchez, que no debía de sufrir de las cervicales. No escondo la mano: tiré la piedrina sobre la Peña de la Fortuna. A ver qué pasa. Para esperarla tengo lo indispensable: paciencia, paipai y graciosa lectura. ¿Qué más quieres Baldomero?

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